lunes, 7 de mayo de 2018

Indignado: Más allá del 68; los antecedentes... Marcos Roitman Rosenmann/I





Los años 60 marcaron un punto de inflexión. La Segunda Guerra Mundial trajo desolación y muerte, la caída del nazifascismo recompuso alianzas, los enemigos mutaron en amigos y los aliados se transformaron en el objetivo a destruir. La guerra fría inauguró una estrategia fundada en la lucha anticomunista. Los movimientos antimperialistas y descolonizadores fueron el objetivo. Por primera vez en la historia mundial el eje gravitacional del poder se desplazó. Estados Unidos emergía como la potencia líder, con una Europa endeudada, sumisa, arrodillada a sus pies. Mientras tanto, el proceso descolonizador avanzaba en Asia. India declaró la independencia en 1947, y la larga marcha con Mao a la cabeza, tras años de guerra civil, derrotó al ejército de Chiang Kai-Shek en 1949. África se debatía por romper el yugo imperialista de las potencias que se repartían el continente. Los años 50 fueron un periodo de reacomodo. La amenaza nuclear transformó el escenario. Las alianzas entre liberales, conservadores y socialdemócratas buscaban estabilidad política, llamando a fortalecer las instituciones, bajo el discurso del desarrollo, la seguridad y la defensa de la democracia representativa. Los gobiernos emergentes se dieron a la tarea de crear las condiciones para una etapa expansiva del capitalismo. La década se desplegó en medio del conservadurismo anticomunista y la espada de una guerra nuclear. El plan Marshall favoreció la expansión económica y la tan ansiada movilidad social ascendente fue una realidad. La fisonomía de las grandes ciudades destruidas por los bombardeos fue reconstruida. La sociedad de consumo de masas hizo su aparición. Eran nuevos tiempos. El televisor, el coche, la nevera, las vacaciones pagadas, los derechos sindicales reconocidos y una presencia cada vez mayor de la mujer, aunque siempre residual, en una sociedad conservadora y tradicional, modificaba las estructuras. Un capitalismo capaz de reinventarse lograba avanzar bajo el amanecer del Estado de bienestar. La reconstrucción europea era una realidad. Las secuelas de la guerra se iban difuminando. Eran tiempos de cambio.

Mientras tanto, los países llamados comunistas no perdieron comba. El nivel de vida de sus clases trabajadoras aumentaba. La muerte de Stalin abrió perspectivas. La crítica del flamante secretario general del PCUS, Nikita Kruschev, a los crímenes cometidos por el estalinismo, en el 20 congreso del partido (1953), era una ventana a repensar el comunismo. Sus logros en materia de salud, vivienda, educación, deporte, tecnología y ciencia eran referente para las clases trabajadoras de Occidente. Se implementó por primera vez una política de coexistencia pacífica con Estados Unidos mejorando las relaciones internacionales, al tiempo que un optimismo generalizado invadía el ambiente. Bien, es cierto, no todo era una balsa de aceite. La invasión de Francia y Gran Bretaña en 1956 a Egipto mostraba las aristas. El derrocamiento del gobierno legítimo de Mohammed Mosaddeq en Irán en 1953 y la incorporación de Estados Unidos a la guerra de Indochina eran señal de la crisis que se desataría en los años 60. Igualmente, la entrada de los tanques soviéticos en la capital de Hungría, Budapest, en octubre de 1956, daba por concluido el experimento. La revuelta se aplacó, abriéndose una brecha entre los partidos de izquierda comunista occidentales.

Europa se levantaba de la pesadilla. Los años 50 habían producido cambios en las estructuras sociales y de poder. Los procesos electorales se consolidaban, los derechos sociales y sindicales daban legitimidad a las negociaciones entre el capital y el trabajo. El largo invierno se trasformó en una cálida primavera. La derecha conservadora estaba en el poder. Militares condecorados con cicatrices de guerra gobernaban en el viejo continente. Charles de Gaulle, en Francia; Winston Churchill y Robert Anthony Eden, en Gran Bretaña; Konrad Adenauer, anticomunista demócrata cristiano, en la recién creada República Federal Alemana. En Italia lo hacía la Democracia Cristiana, con Amintori Fanfani, líder indiscutible y presidente de la república. En Estados Unidos lo hacía el general Dwight Eisenhower.

América Latina vivía tiempos convulsos. Los años 50 fueron de nuevos golpes de Estado, golpes al son de la guerra fría. Guatemala, El Salvador, Argentina, Paraguay, Cuba, Honduras, Venezuela, Colombia y Nicaragua cayeron bajo la doctrina de la seguridad nacional. Los nombres de tiranos, como Batista, Castillo Armas, Pérez Jiménez, Lonardi, Aramburu, Somoza y Stroessner se hicieron famosos. La década siguiente fue completamente diferente. Golpes, pero también esperanzas. El triunfo de la revolución cubana, en 1959, adelantó la década de los 60.

La guerra de independencia en Argelia (1954-1962), la retirada de Francia de Indochina –en 1954–, el levantamiento del muro de Berlín en 1961 y la incorporación de Estados Unidos a la guerra de Vietnam marcaron el rumbo de los acontecimientos. Fueron el lastre de los años 50. La demanda por los derechos civiles de los afroamericanos en Estados Unidos, las reformas universitarias, los movimientos insurreccionales, el bloqueo a Cuba y la crisis de los misiles coparon la nueva década. Las vanguardias artísticas, la contracultura, el movimiento hippy y la revolución sexual irrumpieron con fuerza en los 60. Una década que fue más allá del mayo francés de 68.


vía:
http://www.jornada.unam.mx/2018/05/05/opinion/022a1mun

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