Plan de
exterminio: arrasar la hierba, arrancar de raíz hasta la última plantita
viva, regar la tierra con sal. Después, matar la memoria de la hierba.
Para colonizar las conciencias, suprimirlas; para suprimirlas, vaciarlas
de pasado. Aniquilar todo testimonio de que en la comarca hubo algo más
que silencio, cárceles y tumbas. Está prohibido recordar…
Eduardo Galeano
México. En el 2002, el
Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), con la solidaridad de
organizaciones y colectivos, logró detener el proyecto económico más
ambicioso del sexenio de Vicente Fox Quesada, entonces presidente de
México: la construcción del nuevo aeropuerto internacional de la Ciudad
de México en 4 mil 550 hectáreas de tierras de cultivo expropiadas por
el gobierno federal al ejido de San Salvador Atenco, con una
indemnización de siete pesos por metro cuadrado. La lucha de los
campesinos del FPDT se convirtió en un referente de organización y,
sobre todo, de victoria; la legitimidad de su lucha, la capacidad de
organización y la solidaridad nacional e internacional fueron elementos
clave que permitieron detener no sólo al Estado y toda su maquinaria
sino además al capital, traducido en cientos de empresas que se
frotaban las manos esperando obtener grandes ganancias a costa del
despojo de los bienes ejidales.
En 2006 surge La Otra Campaña, un
movimiento nacional que aglutina a miles de personas adherentes a la
Sexta Declaración de la Selva Lacandona del Ejercito Zapatista de
Liberación Nacional; en toda la geografía del país brota como una
propuesta organizativa que confronta las campañas políticas de los
candidatos y la lógica electoral, irguiéndose desafiante y peligrosa
para el poder.
Es en este contexto que el 3 y 4 de mayo
de 2006 el terrorismo de Estado se ejecutó en Texcoco y San Salvador
Atenco. Mediante la represión política, el poder decidió detener el
camino de La Otra Campaña con sangre y cárcel. Todo vino de un conflicto
focalizado entre pequeños productores de flores y hortalizas y las
autoridades municipales de Texcoco, quienes les negaban su justo derecho
al trabajo mediante la comercialización de sus productos en la vía
pública. El FPDT, solidario siempre con otras luchas, acompañaba a los
productores y fungía como su interlocutor.
El saldo represivo: Javier Cortés
Santiago y Alexis Benhumea asesinados por la policía, 207 personas
torturadas y encarceladas, cientos de allanamientos, cinco personas de
otros países -sobrevivientes de la represión- expulsadas del país, la
persecución política y judicial de los miembros del FPDT, la utilización
de la tortura sexual en contra de nosotras, las mujeres detenidas. La
clase política en su totalidad legitimó lo ocurrido de diversas maneras,
hubo aplausos estridentes y silencios cómplices.
La represión política tiene finalidades
muy concretas que se pueden traducir expresamente en la desarticulación,
mediante el horror, de toda organización que suponga contraposición a
los intereses del Estado y el poder económico. El objetivo principal
radica en imposibilitar a las personas para identificar las razones que
persigue la represión, con lo que se anula la capacidad de defensa y
afrontamiento.
La utilización de la tortura sexual es
una herramienta de control social tan poderosa que no solamente afecta
de manera directa a las mujeres sobrevivientes, además genera un impacto
en la familia, colectivo u organización y, por supuesto, en la
sociedad. Desde que ocurrieron los operativos en Atenco, el Estado negó
que hubiese mujeres torturadas sexualmente; frente a pruebas
irrefutables, ha insistido en que lo que ocurrido con las mujeres en los
traslados al penal de Santiaguito, en Toluca, Estado de México, se
trataba de hechos aislados cometidos por un par de policías que estaban
nerviosos y actuaron por cuenta propia, aún cuando el uso de este
mecanismo contra las mujeres se dio en los operativos en ambos días.
La premeditación, intencionalidad e
impunidad nos muestran que la utilización de esta herramienta es puesta
en práctica en momentos muy concretos, buscando someter al “enemigo”
mediante un brutal mensaje a través del cuerpo de las mujeres. Los ejes
principales de este instrumento son generar culpa, estigmatización y
miedo.
En nuestra experiencia, el apoyo mutuo
nos permitió desentrañar las finalidades y ejes de la tortura sexual.
Mientras estuvimos juntas en el penal de Santiaguito, muchas decidimos
escribir nuestros testimonios; elegimos convertir la culpa y vergüenza
en responsabilidad y evidenciar a los perpetradores. La reivindicación
de nuestros cuerpos, rostros y nombres nos permitió romper el silencio.
Sabíamos que no bastaría con eso, pero fueron nuestros primeros pasos en
un camino tan largo y sinuoso que sólo se podría recorrer
colectivamente.
El papel de la denuncia social, tanto en
2006 como ahora, ha sido fundamental. Mientras estuvimos aisladas,
fueron trozos de papel los vehículos de comunicación, cientos de voces
fueron altavoz de nuestra palabra, los relatos de horror cobraron un
valor reparador: lo innombrable, lo inenarrable se escuchaba en voz
alta, poco a poco se desvanecía el tabú que supone hablar de algo tan
íntimo; la vergüenza desaparecía. Rechazamos el papel que los
perpetradores nos designaban y fuimos gestionando la culpa y el miedo a
través de acompañamiento psicológico y trabajo colectivo.
Frente a la represión se realizaron
incontables movilizaciones de repudio, y los esfuerzos organizativos se
concentraron en la liberación de las y los presos. El miedo cobraba
fuerza y muchas personas tomaron distancia de la participación política,
algunos grupos se desarticulaban, se desquebrajaba el tejido social. El
mensaje se había enviado: intimidar a la sociedad a través del castigo
ejemplar de los que luchan, reforzado esto por la implantación de la
impunidad, la dilución de la responsabilidad de los perpetradores, y la
imposición de la idea de que “nada hay que hacer frente al poder del
Estado”.
Descubrir los alcances de la represión
fue realmente devastador. ¿Cómo recomponer el tejido social? ¿Cómo
combatir el miedo? ¿Cómo reconstruirnos? Algunas apostamos a hacer un
esfuerzo por visibilizar las herramientas de control social del Estado y
fomentar las discusiones en torno a esta problemática. En ese sentido,
impulsamos desde el verano de 2008 la “Campaña contra la represión
política y la tortura sexual”, caminando de la mano de organizaciones y
colectivos que abrían sus espacios a estas reflexiones para intentar
desentrañar los efectos que experimentaron de forma individual y
colectiva.
Redimensionar los mecanismos represivos
nos permite recolocarnos en un papel activo y con capacidad de hacerles
frente sin abandonar nuestras luchas e ideales.
Los mecanismos represivos se configuran
en estrategias definidas según los efectos que se busca que causen a la
población, a las organizaciones e individuos. Dichos mecanismos no son
furtivos y mucho menos al azar. La represión en San Salvador Atenco no
fue casualidad: transformar un referente de organización, resistencia y
victoria, en muerte, tortura y cárcel nos pone de manifiesto el interés
del Poder por deformar nuestra percepción, detener a toda costa a La
Otra Campaña y tatuar en nuestra piel el mensaje de derrota.
Tras seis años de resistencia seguimos
construyendo la memoria colectivamente, buscando reparación no sólo de
nosotras mismas, sino del tejido social de las organizaciones y
colectivos que nos acompañan, y buscando justicia, pero no sólo en la
judicialización de nuestro caso a través de instrumentos
internacionales, pues sabemos que a través de las instituciones no habrá
justicia. Sólo podemos reparar lo roto si continuamos organizándonos,
luchando por autonomía y libertad.
Hoy, igual que hace seis años, los
políticos lanzan sus campañas electorales llenas de mentira y
simulación; hoy, como hace seis años, insistimos: nuestra lucha no se
ciñe a los tipos políticos de arriba, seguimos sin conformarnos con el
menos “peor”. El ideal de libertad no se borra a pesar de la represión,
seguimos en pie.
http://desinformemonos.org
http://desinformemonos.org/2012/05/mujeres-solidarias-seis-anos-en-resistencia/
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