El pueblo mexicano sabe mejor que casi
cualquier otro que la mera celebración de elecciones populares no es
suficiente para legitimar el ejercicio del poder público. La norma a lo
largo de más de 200 años de vida independiente ha sido precisamente la
celebración de comicios carentes de valor democrático. Recordemos que el
dictador Porfirio Díaz ganó ocho elecciones presidenciales iniciando en
1880 y terminando en 1910 con el inicio de la Revolución Mexicana. El
primer líder revolucionario, Francisco I. Madero, no tomó el poder con
las armas sino por medio de elecciones populares celebradas en 1911. Si
bien hubo un periodo de inestabilidad política entre 1911 y 1934, desde
ese último año hasta la fecha se han celebrado elecciones presidenciales
cada seis años sin interrupción alguna.
Este contexto histórico eleva las
exigencias de los mexicanos con respecto a la calidad de los procesos
electorales en comparación con otros pueblos dónde el sólo hecho de
celebrar elecciones populares constituye un viraje histórico. Después
de más de un siglo de experiencia con elecciones simuladas, sabemos
perfectamente bien como detectarlas y no estamos dispuestos a seguir
tolerando la misma situación. México entonces se encuentra un paso más
adelante en comparación con otros países en el desarrollo de una cultura
cívica crítica y exigente que favorece la verdadera democratización.
Mientras otras sociedades apenas empiezan a decepcionarse de la
democracia realmente existente al darse cuenta de que los procesos
electorales pueden ser utilizados para excluir y desempoderar a los
ciudadanos, en México esto ha sido evidente desde hace más de un siglo.
Las problemáticas elecciones de
2006 entonces no serían un incómodo bache en el camino inexorable hacia
la “modernidad democrática” en México sino el ejemplo más claro de la
continuidad histórica del fraude y la simulación autoritaria. Así que
para rencauzar nuestra dolida democracia no será suficiente que las
elecciones de 2012 simplemente ahuyentan la “fantasma de 2006”,
utilizando las palabras del Consejero Presidente Leonardo Valdés, sino
que tendrán que marcar un alto definitivo en el camino y establecer
nuevas bases para la competencia política y la convivencia democrática.
El reto central para la democracia
mexicana es romper con el legado histórico de la simulación. Hay que
pasar de la mera celebración de elecciones populares de acuerdo con la
normatividad vigente a la organización de procesos competitivos
“auténticos” y democráticos....
ARTÍCULO COMPLETO DISPONIBLE EN REVISTA IBERO (P.10)
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