miércoles, 16 de mayo de 2012

Argentina: Mendoza y la máquina de la muerte Por Claudia Rafael

policia22-12


(APe).- Probablemente ese día se levantó algo más temprano que de costumbre. Se calzó el uniforme, planchado como nunca, sin el menor atisbo de arrugas. Tal vez hasta sonrió ante su propia imagen en el espejo. Y salió. No era el viernes un día cualquiera para él. Al mediodía, las autoridades de la Unidad Especial de Patrullaje junto al ministro de Seguridad de la provincia lo condecoraron por su “buen desempeño en la fuerza”. Walter Darío García “era una muy buena persona y un ejemplo entre sus compañeros”, definió el área de Inspección de Seguridad mendocina.
A esa misma hora, Franco Gaspar Díaz soñaba con la noche del sábado. La ropa, las chicas, la fiesta. Hacía diez días había llegado de vuelta a su provincia después de 13 años en Chile  junto a su mamá. Estudiaba, hacía changas como pintor de obra. Quizás se quedara en Mendoza junto a su papá y sus cuatro hermanos. Había que probar. Tenía escasos 19 años. La imagen congelada de una fotografía capturada en una red social le desnuda la sonrisa. En las antípodas de la crueldad.
Walter Daniel García, con su condecoración aún fresca y reluciente, llegó en horda patrullera por la noche al barrio Palumbo de Godoy Cruz. Los vecinos habían denunciado “ruidos molestos”. Los pibes sabían que era el anuncio de fin de fiesta. Cuentan que les tiraron algunos piedrazos. Franco asomó por la puerta. Los testigos dicen que Walter Daniel García desenfundó su arma reglamentaria y disparó. El proyectil ingresó con la potencia de los 50 centímetros de distancia por el mentón de Franco, salió atravesando su nuca y creen que con el vuelo de saetas ardientes el mismo trozo de plomo entró en el rostro de Johana Flores, que se recupera en el hospital de la ciudad. Ella llevará la memoria de la casi muerte en la piel cada vez que refleje su cara en algún espejo, cada vez que protagonice una fotografía, cada vez que alguien le pregunte “¿De qué es esa marca?”.
Ese sábado, Francisco “Paco” Pérez preparaba sus oropeles de gobernador dispuesto a mostrarse ante la prensa como uno de los grandes protagonistas de la renacionalización de parte de YPF. La 9 mm de García se antepuso en sus intereses estratégicos del momento. Aseguró, como manda el manual del buen gobernante, que “es un hecho lamentable y he dado la orden al ministro de Seguridad para que haga ejercer todo el peso de la ley sobre el efectivo que haya provocado el hecho”.

***

La matriz represiva del sistema se desnuda en el paneo de víctimas de la bala policial mendocina más allá del color partidario. La marca de fuego dejada por Roberto Castañeda fue tal vez el preanuncio más potente de lo que vendría más tarde. El 10 de septiembre de 1989, durante la gobernación de José Octavio Bordón (también ex senador, ex director de Cultura y Educación Bonaerense, ex candidato presidencial junto a Chacho Alvarez), Roberto fue secuestrado por policías. Bastó un tiro en la cabeza como preámbulo y luego –con el mismo método usado años más tarde con José Luis Cabezas- lo arrojaron a su propia camioneta y lo incineraron.  Los amigos de Roberto Castañeda relataron en aquel 1989 que habían visto cómo los policías lo perseguían y fueron convenientemente aleccionados para no insistir con sus recuerdos: “van a ser boleta ustedes también”. Veintitrés años más tarde (a mediados de marzo último), el Estado mendocino se vio obligado a reconocer su responsabilidad y tuvo que indemnizar con 300.000 pesos a la familia del joven.
Siete meses después de la muerte incendiaria de Roberto las vidas de Adolfo Garrido y Raúl Baigorria eran engullidas para siempre. Desaparecidos en democracia. La última vez que alguien supo de ellos fue cuando los vieron subir a un móvil policial en el Parque San Martín, de Mendoza. La Corte Interamericana de Derechos Humanos responsabilizó al Estado argentino por su suerte.
Cada gobernador fue cincelando su propia efigie represiva. Rodolfo Gabrielli, también del PJ, no se quedó atrás. Luis Araoz tenía 16 años y Domingo González, apenas 14. Los cuerpos magros de los dos fueron el blanco perfecto para los disparos. De 6 a 8 impactos de 9 milímetros policiales troncharon sus historias en noviembre de 1990.
En febrero de 1992 Armando Raúl Neme y Carlos Ros fueron asesinados por dos hombres que integraban a las COPOL (Cooperativas Policiales) que presionaban a los comerciantes para “venderles” seguridad. Fueron condenados a perpetua pero la sentencia fue apelada y suspendida. Sus muertes siguen impunes.
En apenas unos días, el 24 de mayo, se cumplirán veinte años desde la desaparición de Paulo Cristian Guardatti. Tenía 21 años. A lo largo de varios años hubo 15 procesados entre médicos, enfermeros del hospital Lagomaggiore, empleados del cementerio de la capital mendocina y policías. Su cuerpo jamás apareció. En 1998, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos determinó que hubo errores groseros en el proceso judicial. El gobierno de Mendoza terminó por reconocer la culpa de la policía e indemnizó a la mamá de Paulo con 135.000 pesos.
También gobernador pejotista, Arturo Lafalla tiene sus galardones. En su mandato, desde diciembre del 95 a diciembre del 99, murieron por manos policiales Luis Andrés Rosales, Hugo Gómez Romagnoli, Sebastián Bordón y Alfredo Cardullo. Hugo Gómez Romagnoli tenía 28 años, era estudiante y lo masacraron de cinco balazos mientras manejaba su Renault 6. Algo similar le ocurrió en febrero de 1996 a Luis Rosales que seis horas después fue encontrado muerto con un disparo en la cabeza.
De todos, la historia más mediatizada fue la de Sebastián Bordón. Había ido a Mendoza en viaje estudiantil. Fue llevado al destacamento de El Nihuil y ahí se pierde toda huella de su vida. Diez días después, encontraron su cuerpo en un barranco del Cañón del Atuel. Ese día cumplía 19 años. Tenía signos de torturas. Antes aún de que su cuerpo apareciese, Adolfo Cardullo fue asesinado en San Rafael por un policía y un civil que arrojaron también su cuerpo a un barranco.
Durante los gobiernos radicales de Roberto Iglesias y de Julio César Cobos la estructura policial sostuvo la misma política.  En marzo de 2000 José Zambrano y Pablo Rodríguez fueron asesinados y la causa quedó en la historia como la de “la mafia policial”. No hubo condenas judiciales. Exactamente un año más tarde, Walter Yáñez fue acribillado por la espalda con una 9 milímetros policial. Nunca nadie fue juzgado.
Mauro Morán tenía apenas 14 años. Los vecinos del barrio Estación Cuadro Perdriel de Luján de Mendoza lograron parar un tren para hacerse del carbón para el fueguito que detendría tanto frío. Los policías que custodiaban la carga pidieron refuerzos. Proyectiles de guerra disparados desde una itaka terminaron con la vida de Mauro e hirieron a otros dos chicos.
Doce días más tarde, Jonathan Chandía, de 20 años creía que la vida entera estaba en sus manos. Esa noche iba con su hermano y otro chico a un cumpleaños. Dos policías los detuvieron en el Corredor del Oeste. Les gritaron que se pusieran boca abajo. Juan Carlos Oruza tomó su arma reglamentaria entre sus manos y le disparó en la nuca a Jonathan. Se desató hábilmente toda una red de encubrimiento que abarcó hasta la misma cúpula policial que hizo lo imposible para ocultar el asesinato. Oruza fue condenado a perpetua. Sólo él.
Juan Carlos Erazo tenía 51 años. Era obrero del ajo en la empresa mendocina Campo Grande. Salió a la calle con sus compañeros en pleno conflicto con la patronal. El 29 de noviembre de 2007, fueron reprimidos por la policía. Unos cincuenta trabajadores resultaron heridos. Juan Carlos llevaba las marcas de los golpes y hematomas. Ya no pudo regresar al trabajo. Empeoró una y otra vez y su vida osciló desde entonces entre la terapia intensiva y la sala común. En la madrugada del sábado 5 de abril de 2008, su corazón dejó de funcionar.

***

Franco Gaspar Díaz, Roberto Castañeda, Juan Carlos Erazo, Jonathan Chandía, Mauro Morán, Walter Yáñez, Sebastián Bordón, Hugo Gómez Romagnoli, Alfredo Cardullo, Paulo Cristian Guardatti, Armando Raúl Neme, Carlos Ros, Luis Aráoz, Domingo González, Adolfo Garrido y Raúl Baigorria fueron devorados por la misma y exacta maquinaria. Esa que trasciende todo color partidario. Feroz, endémica y eficaz en sus intereses. Si Walter Daniel García fue condecorado unas horas antes de que de su arma saliera la bala que terminó con los sueños de Franco Díaz, no es producto de un error. Tampoco lo fue la condecoración al policía que masacró a Hugo Gómez Romagnoli.
Cumplieron unos y otros con el deber a rajatabla. Sin errores. Sin miramientos. Truncando vidas y deseos. Ostentando visible y estructuralmente la marca del Estado en la piel.

Vìa,fuente:
http://www.pelotadetrapo.org.ar/agencia/

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