Foto: Agencia UNO
La madrugada del 4 de marzo, cerca de una casa situada en la ladera de un cerro de Renca, vecinos del barrio encontraron deambulando a una niña con pañales y polera. En la casa, había otras cuatro criaturas abandonadas. El menor de la manada, de apenas dos meses de edad, no figuraba inscrito en el Registro Civil. Podría haber muerto, y si su cuerpo desaparece, no hubieran quedado rastros de su existencia, salvo, supongo, un apunte hospitalario constatando el parto de un lactante de sexo masculino. Su madre era una conocida drogadicta de la zona, según indicaron las notas de prensa. El lunes recién pasado, en el jardín infantil Cumbre Torres del Paine, también en Renca, a dos hermanos, de dos y tres años, no fue a buscarlos nadie al terminar la jornada preescolar.
Las “tías” del establecimiento esperaron hasta las diez de la noche que apareciera su madre, una joven (22) de cuyo nombre sería cruel acordarse, pero nunca ocurrió. En la foto que ilustraba la noticia en internet, sin que alcanzaran a reconocerse sus rostros, los mostraban durmiendo, mientras un carabinero les subía la frazada hasta el cuello. Acabaron de pasar la noche en un centro dependiente del SENAME, en la comuna de Pudahuel. Hasta el martes en la mañana, cuando fueron trasladados al 1er Juzgado de Menores de Santiago, aún no aparecía nadie que los reclamara. Se supo que su padre está preso, por motivos que no fueron detallados.
Su madre –cuento repetido sale podrido- sería pastabasera. Vaya a saber uno a qué lejanas tierras de olvido la llevaría la “angustia”, “los monos”, la pasta. El abandono de niños es tan viejo como la historia. Moisés, explica la Torá, lleva ese nombre porque fue “salvado de las aguas”. Durante la Edad Media se les dejaba en las plazas o vendía en los mercados. En el Londres de Dickens pululan por todas partes. Hacia 1848, según Lord Ashley, más de 30.000 niños “abandonados, vagabundos, despojados, desnudos y delincuentes” circulaban por esa ciudad. En el sur de Italia, recién ayer, los acogía la mafia. La verdad es que pretendía escribir del caso de Daniel Zamudio, pero hoy en la mañana vi la fotografía de esos dos niños durmiendo abandonados en una comisaría, cansados de esperar que alguien se acordara de ellos, y la imagen quedó penando. ¡Qué pena más grande! Debe ser duro sanar la herida que infiere tanto descuido y falta de atención.
Es lo mismo, en realidad, que en el camino a la muerte, produce el caso de Zamudio. Lo torturaron a patadas, piedrazos, botellazos y cortes durante horas, un lote de cuatro embrutecidos, solo por ser quien era. La imagen de su cuerpo lánguido e indefenso tras los azotes, silenciadas la sangre y la violencia, murmuran un mismo desamparo. Patricio Ahumada, conocido como “Pato Core” (25), el más violento y vociferante de los asesinos neonazis, pasó durante la infancia 9 temporadas en el SENAME, la primera antes de cumplir los diez años. De nazismo debe saber tanto como de astronomía. Había escuchado, sin embargo, algo parecido a su música de estrellas. La carne de cañón del nazismo ha sido siempre el lumpenaje. Eso eran las SA, antes de SS. El mismo Pinochet tuvo sus guatones Romo. Aquí lo alarmante no es el chancho, si no quién le da el afrecho. Al Pato Core, a los 16 años, le pillaron un bate con clavos. Hay grupos, en cambio, que escondidos en la excusa de la cultura, se divierten jugando con la dignidad humana, babeando ante almas “elevadas” y escupiendo a los “seres inferiores”.
Existen incluso pandillas de poetas bobos que se reúnen en determinadas librerías, y en torno al Santo Grial construyen cofradías con aires de escogidos, y chacotean con Hitler. En cierto modo son ridículos, pero también peligrosos. En los partidos de derecha hay muchos que se contienen, pero que hablando entre amigos echan fuera su homofobia y racismo sin demasiado filtro. Siguen considerando que los homosexuales son degenerados. Como dice mi amigo Gumucio, si los criminales de Zamudio le hubieran tatuado el signo anarquista en lugar de la suástica, quizás estaríamos persiguiendo a una organización terrorista.
¿Se acuerdan del caso bombas? Un autodenominado punk y un autodenominado neonazi, como si cualquier chapa sirviera, se han referido a las costumbres de la patota. Hay un mundo abandonado al que cualquier excusa le sirve para descargar la rabia, la frustración, los complejos… Otro de los perros de la jauría bailaba ballet. ¿Por qué un bailarín de ballet odiaría a los homosexuales? Es horrorosa la furia bestial, pero puede llegar a ser aún más cruel un argumento apacible en contra de cualquier respeto a la diversidad humana. El nombre de Daniel Zamudio, muerto mientras Santiago se hallaba a oscuras producto de un corte eléctrico, no desaparecerá tan fácilmente. Su crimen ha conmovido a muchos. Quedará como una vela en el apagón.

Fuente,vìa :
http://www.theclinic.cl/2012/03/29/una-vela-en-el-apagaon/