miércoles, 29 de febrero de 2012

Mèxico : Migrante no hay camino... Y los que existen están vetados...Cencos


 
Difusión Cencos
Palabras de Abel Barrera /
Tlachinollan
El rostro cubierto de Silvia Salgado Aranda, que enmarca la portada de nuestro informe Migrantes somos y en el camino andamos, es una niña Naua de 15 años, de la comunidad de Ayotzinapa. En ella se esconde toda  la tragedia que padecen centenares de  familias Me Phaa, Nauas y Na savi  de la Montaña de Guerrero. Aparece como un personaje desconocido, cubierta con pañuelos rojos y azules, lista para la fatiga del día. Está  sola, en medio de la inmensidad de los campos agrícolas donde dejó de ser niña para transformarse en una recolectora de jitomate. Su nueva vestimenta nada tiene que ver con algún juego o una ronda infantil. Es la ropa de trabajo para cubrirse del sol y protegerse de los agroquímicos.
Desde que nació viajó con sus padres en los autobuses destartalados que contratan los empresarios agrícolas, para trasladar a los jornaleros y jornaleras desde la Montaña. Es un trayecto de más de 50 horas hasta Culiacán, Sinaloa, y en cada autobús viajan más de 80 pasajeros entre adultos y niños.    Agustina, la madre de Silvia, aprendió a criar a sus 6 hijos realizando al mismo tiempo el corte del jitomate e ingeniándoselas para  darles pecho. Cuando se dormían terceaba su reboso para cargar al niño sobre su espalda. 
Silvia aprendió a caminar en medio de estos surcos. Cuando se cansaba le adaptaban como cuna, una caja de jitomate que colocaban en medio del surco. La cubrían con una playera sudorosa para protegerla del sol. Conforme avanzaban en el corte de jitomate,  recorrían la caja cuna de la niña. Para Silvia y los centenares de niños y niñas que   crecen en los campos, su infancia  se reduce a un inmenso surco. Las plantas cargadas de jitomate  vienen a suplir a las sonajas giratorias que cuelgan sobre las cunas de muchos niños de la ciudad.  Cualquier envase de plástico que usan para llenarla de agua del canal,  hace las veces de biberón o de un frutsi sin sabor ni color. El paso del tractor es el único vehículo de carga que distrae a los niños y rompe la monotonía  de un trabajo extenuante.
Silvia, cuando tenía doce años era una niña experta en llenar cubetas de jitomate, ella le enseñó a su hermanito David de ocho años a  saber recolectar y llenar su cubeta para que también puediera ganar 100 pesos, a esa edad. La mejor manera de jugar y de entretenerse era ver quién llenaba más cubetas de jitomate.
Por las noches orgullosamente  platicaban con sus papás la aventura de haber cumplido con la tarea.  Y en verdad era una tarea, que es el nombre que le dan  los mayordomos al surco que recorre cada trabajador recolectando el jitomate, donde sacan más de 100 cubetas.  El niño David a su corta edad, logró realizar varias veces esta hazaña, para contribuir en los gastos de la comida.
Un niño o niña por cada tarea que realiza recibe un pago de $100.00. Por eso para la familia Salgado Aranda su alegría era grande porque con el sudor de todos y todas podían juntar diariamente ochocientos pesos. Sin embargo, cada sábado en la tienda de raya la cuenta crecía y su dinero no alcanzaba para pagar las deudas.
Esta ilusión de juntar más  dinero con el trabajo de todos los hijos, se derrumbó cuando David, al cargar la cubeta de jitomates  sobre sus hombros tropezó con las cuerdas que sostienen las plantas, perdió el equilibrio y cayó justo por donde pasaba el tractor con la batanga, que al instante lo mató.
Silvia rescató a David para que no fuera arrastrado más por el tractor, lo abrazó y su hermano  Silvestre, con su playera le cubrió el cráneo destrozado. Su mamá gritaba desesperada porque no encontraba la forma de auxiliar a su hijo. En ese tiempo cargaba sobre su espalda a su hermanita Chanti. Se deshizo de su niña y la dejó en una de las cajas de plástico de jitomate, para ir en busca del mayordomo y pedir auxilio.
A pesar de tener el corazón marchito y de sentir rabia e impotencia, porque ninguna autoridad se interesó en investigar y castigar a los responsables,  Silvia y su familia no han encontrado otra alternativa, que regresar a los campos asesinos de los empresarios agrícolas, porque no hay otra forma de sobrevivir en la Montaña.
Silvia, sigue con el rostro cubierto, presa de la tristeza, porque nunca imaginó que el empresario iba a declarar que su hermano había sido  atropellado en la carretera y que había muerto fuera del campo. Esta cobardía e irresponsabilidad  del empresario y de las autoridades  federales y estatales les dejó claro  que nadie en este país vela por sus derechos. Que la muerte de David a nadie le duele, que cualquiera de ellos puede morir en el campo y nada va a pasar, porque no existen como personas con derechos, porque no hay leyes que los protejan, ni autoridades que salgan en su defensa. 
Silvia, en cada cubeta que alza siente que  el corazón le duele  por el recuerdo de su hermano  David. Se cubre del sol quemante que desde pequeña  le doró su piel, por este destino trágico, de ser una niña jornalera agrícola a quién este gobierno le han negado por tratarse de una pequeña que nació en la Montaña, creció en los campos agrícolas y desde los ocho años aprendió a cargar jitomate para ganarse la tortilla. A estos niños y niñas, el país no los ve, el gobierno no los atiende, no existen en sus estadísticas e informes. Son invisibles, hablan otras, lenguas, tienen otra vestimenta, tienen otro color de piel y no viven en la ciudad. 
En la contra portada del informe vemos  el rostro tierno de Silvia, en el que  aparece una tímida sonrisa. Ella en medio de su dolor, ha confiado en el Consejo de Jornaleros agrícolas de la Montaña, que trabaja con las familias jornaleras en la región y las apoya para organizarse y defender sus derechos. Tenemos la dicha de que nos haya abierto  su casa y  su corazón para contarnos estas historias, que forman parte de las grandes tragedias de nuestro país.
Ella nunca tuvo el privilegio de poder estar bajo la sombra sentada en el pupitre de una escuela. Creció con el sol a plomo  siempre erguida o en cuclillas,  seleccionando y cortando los jitomates. En el surco aprendió los números y pronto pudo sumar y  multiplicar. Supo cuántas cubetas llenaba al día de jitomates y logró saber cuánto tenían que pagarle por los seis días de la semana que había trabajado. Con estos conocimientos se enfrenta  a todos los grupos de comerciantes que llegan a los campos a ofrecerles productos de pésima calidad. Aprenden para defenderse de lo más elemental.
Para las autoridades de los tres niveles de gobierno los jornaleros y jornaleras agrícolas no existen oficialmente. No hay presupuesto público destinado a atender sus principales demandas. El único programa que existía a nivel federal lo desaparecieron para fusionarlo con la  Dirección de Grupos Vulnerables. El gran drama de los jornaleros y jornaleras es que los sindicatos, las empresas agrícolas y las dependencias encargadas de proteger los derechos de las y los trabajadores se coluden a la usanza de los señores feudales para tener en pleno siglo XXI  peones acasillados en condiciones de semiesclavitud, con el fin perverso de obtener ganancias estratosféricas en negocio de la horticultura, con el sudor y la sangre de los jornaleros y jornaleras agrícolas.
A nivel nacional ha sido imposible romper esta cadena que deshumaniza y denigra la dignidad de las y los trabajadores del campo. El capital trasnacional sigue haciendo cuentas alegres con los gobiernos empresariales porque mantiene en el olvido estas regiones inhóspitas donde nace, crece y se reproduce el jornalero y la jornalera agrícola. A nadie le sorprende y mucho menos le duele que mueran en el surco niños y niñas que se desempeñan como trabajadoras agrícolas, nadie los ve, sus voces no se escuchan ni se entienden, sus rostros no aparecen en ningún lugar público, mucho menos en los medios de comunicación.
A pesar de que existen en nuestro país  alrededor de 3.5 millones de jornaleros y jornaleras, conocidos también como migrantes internos las instancias de gobierno no se han preocupado por implementar políticas públicas que se aboquen a una atención especial e integral que ayude a revertir la grave situación de explotación, discriminación y exclusión social. A pesar de que los relatores de la ONU y representantes de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos han señalado las graves violaciones que padecen millones de trabajadores y trabajadoras del campo en México no existen leyes que protejan sus derechos como migrantes internos.
Desde la Montaña y con las voces de Silvia, de los niños y niñas jornaleras y de todas las familias que sufren este flagelo queremos decir con este informe, que pare esta infamia contra los pobres del campo. No más muertes de niños y niñas jornaleros, no más trabajos esclavisantes en los campos agrícolas. No más abusos, maltratos y engaños contra hombres y mujeres que orgullosamente son portadores de otra cultura. No más extorciones, indolencia, corrupción y complicidad de las autoridades de los tres niveles de gobierno.
Basta de criminalizar la pobreza y el modo de vivir de las familias que trabajan en el campo. Basta de tanto olvido, de tanta demagogia, de tanto racismo y de tanta rapiña. Los jornaleros y jornaleras agrícolas de la Montaña, a pesar de tener el rostro cubierto como Silvia, por tanta sufrimiento y exploración, siguen de pie con su dignidad de acero, para que a ejemplo de Silvia puedan dar su palabra, para desnudar al poder, exigir justicia y respeto a sus derechos como trabajadores agrícolas .
No olvidemos que migrantes somos y en el camino andamos.

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