Como en el caso de cualquier partido u
organización política que venga a la mente, el PRI y, en particular, sus
dirigentes efectivos buscan definir sus relaciones con los dueños del
dinero, como una plataforma básica en su lucha por el poder del Estado.
Cada partido sabe que debe encontrar un acuerdo con los exponentes de la
clase dominante, en el que, por lo menos, consiga una cierta
neutralidad de los mismos y no tenga que enfrentar a su bloque como un
enemigo irreconciliable. Como podrá adivinarse, cada partido tiene sus
propios puntos de vista sobre el rol que esa clase debe desempeñar en la
vida nacional y le es necesario plantear ante la misma lo que espera de
ella como un compromiso indispensable.
Si hay agrupaciones que no cuidan o no les importa este asunto, deben
saber que la patronal los combatirá a hierro y fuego. Buscar su
neutralidad, en realidad, resulta demasiado poco para obtener buenos
logros en las contiendas electorales y lo que puede suceder con mayor
probabilidad es que esa neutralidad jamás se logre. Las fuerzas
políticas deben buscar con los patrones compromisos serios y mantener un
trato con ellos que los obligue a cumplirlos o a mantenerse a
distancia. Para ello, es forzoso estarles informando debidamente de lo
que se busca en los más variados tópicos de la lucha política y hacerlo
saber también al resto de la sociedad, como árbitro y actor que en
última instancia deberá decidir la contienda.
Hay, empero, partidos que van mucho más allá y que consideran que su
papel en las pujas por el poder es representar estrechamente los
intereses de los grupos dominantes y, en especial, de los patrones y
defenderlos a capa y espada, como si fueran los propios intereses. No es
algo que se pueda inscribir en los documentos básicos de los partidos,
sino una actitud efectiva de sometimiento y puesta al servicio de los
intereses de esos grupos. Generalmente son los prospectos electorales y
más cuando ya son candidatos los que hacen clara esa posición frente a
dichos intereses. Podemos observar que ya se han dibujado posiciones que
nos hablan de la relación que entienden llevar los diferentes
precandidatos.
Andrés Manuel López Obrador empezó a reunirse con diversos
representantes de los grupos dominantes para plantearles abiertamente
cuál será su política respecto a los negocios y cómo entiende llevar
avante sus relaciones con los empresarios, sobre la base de lo que él
propone como estrategia de desarrollo económico. El tabasqueño ha dejado
en claro que no es su enemigo, entre otras cosas, porque sin ellos no
habría desarrollo posible en las actuales condiciones y que sólo es
contrario a sus abusos y sus negocios turbios. Se ha declarado también
contra los monopolios y la concentración indebida de la riqueza. Se
trata de una posición clara que, además, tiene la virtud de ser abierta y
pública. Todo mundo supo lo que él dijo.
El PAN no es ejemplo en el caso. Siempre ha sido, desde su fundación,
un partido patronal, enemigo del sector público de la economía. Los
panistas, a lo largo de casi dos sexenios, no han hecho otra cosa que
hacer negocios desde el gobierno y entregar la riqueza pública a los
privados, muchas veces violando la ley y la Constitución. El PAN no sabe
gobernar de otra manera y, de seguir en el poder, de seguro seguirán
haciendo lo mismo. Basta con recordar la enorme cantidad de personeros
de la iniciativa privada que son y han sido funcionarios o
representantes del PAN para darse cuenta de lo que el mundo de los
negocios pesa en los gobiernos panistas y en los órganos legislativos.
Para muchos el PRI sigue siendo el mismo antiguo partido nacionalista
y populista que, de cuando en cuando, sirve a los intereses patronales.
Los años de gobierno del panismo demuestran, si se hace historia, que
ese partido no sólo ha dejado de ser lo que fue una vez, sino que ha
hecho mancuerna con los panistas para promover el enriquecimiento
desmedido de los empresarios y, muchas veces, incluso son más celosos en
el afán de favorecer en todo a los empresarios, con posiciones más
conservadoras que los mismos blanquiazules, como se ha puesto
de manifiesto en el asunto de las telecomunicaciones y de los monopolios
televisivos. El principal de sus precandidatos presidenciales, Enrique
Peña Nieto, es hechura de esos monopolios.
Si se da por hecho que la contienda interna por la candidatura
presidencial del PRI se dará entre el propio Peña Nieto y el senador
Manlio Fabio Beltrones tenemos un escenario muy claro: el primero quiere
representar directamente, como si fueran suyos, los intereses de la
clase dueña de la riqueza; el segundo, en cambio, trata de presentar una
imagen más acorde con los antiguos principios del priísmo, sólo que
modernizados, puestos al día. Enfrentados al hecho histórico que fue la
Revolución Mexicana, para Peña es sólo una
ideologíadañina y obsoleta que riñe con el desarrollo; para Beltrones, las instituciones de la Revolución que dieron paz al país muestran agotamiento y se han quedado en el pasado, lo que quiere decir que hay que buscar otro camino para enfrentar tanta desigualdad y tanta pobreza.
En el fondo, ambos políticos piensan lo mismo, aunque desde puntos de
partida diferentes. El tema del petróleo lo revela plenamente: Peña
aboga por una mayor apertura a la iniciativa privada en la industria
petrolera (como declaró al Financial Times, Pemex
puede lograr más, crecer más y hacer más a través de alianzas con el sector privado); Beltrones, de hecho, piensa lo mismo, pero es más cuidadoso en un tema que el primero nunca toca: la propiedad de Pemex debe seguir siendo pública y, para él, la reforma de 2008 es más que suficiente para permitir que la iniciativa privada invierta en la industria, pero, dice,
sin que ni una gota de petróleo pase a manos privadas y menos extranjeras.
Como se ha podido ver, las reformas de 2008 no han sido respetadas
por el gobierno panista y, a través del contratismo, la riqueza
petrolera sigue siendo entregada a los privados, particularmente
extranjeros. Ese estilo que aparece como típicamente panista desde el
gobierno, vale decir, pasar siempre por sobre la ley, violándola e
ignorándola, se revela como típicamente priísta si uno echa una mirada a
la historia del priísmo en el poder. Aparentar obediencia a la ley para
violarla cuando debería aplicarse, es algo que, además, podemos ver
también en los gobiernos priístas de los estados. PRI y PAN actúan,
llegado el caso, de la misma manera.
Lo que se desea que veamos es que Beltrones propone hacer las cosas
con la antigua sabiduría de gobierno, mientras Peña Nieto sería un
panista encubierto o, como solía decirse antes, un
priísta empanizado. Pero la diferencia entre ambos no parece ser otra que el método diverso que ambos proponen para llegar al mismo fin: preservar el sistema de los negocios al que ambos se deben. Peña Nieto habla de una alianza estratégica con el sector privado: “Tenemos que detonar mayor infraestructura para el desarrollo –declaró– y estoy convencido que un pivote para lograr este objetivo es la alianza estratégica que se puede consolidar con el sector privado”. Beltrones también quiere el favor de la patronal. Sólo propone un camino diferente. PRI y PAN, en lo esencial, siguen siendo lo mismo.
Fuente, vìa :
http://www.jornada.unam.mx/2011/11/06/opinion/006a1pol
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