domingo, 27 de febrero de 2011

Mùsica : Rock and Roll: Grandeza y Miserias (2ª Parte) Carlos Tena



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En una sociedad regida por la moral cristiana (es un decir), cuya aplicación tuvo y tiene en el mundo llamado civilizado (el primero en lo económico) más de Inquisición que de defensa de las buenas costumbres, el sexo constituyó el primero de los ingredientes a combatir por las autoridades – por tanto, un pingüe negocio – que en aplicación de lo que se suele denominar libertad de expresión, se compensaba con la permisividad y promoción de publicaciones eróticas, habida cuenta de los beneficios que se obtenían gracias a las debilidades y frustraciones humanas, como con el hoy satanizado tabaco, el alcohol y otra serie de drogodependencias legales. A finales de 1965, la industria norteamericana del disco (Columbia, Crystalate, Decca Records, The Gramophone Company, Pathé, Victor), por tanto del rock and roll, potenciaba el consumo de aquellas tentaciones, generando un 500% de beneficios sobre los obtenidos en 1960.* La influencia del R&R sobre las jóvenes generaciones, allende el Atlántico, Pacífico y el Río Grande, tuvieron una decisiva importancia en el desarrollo de la música popular, desde Gran Bretaña, Centro y Sur de América, pasando por Francia, España e Italia, que hasta entonces se habían limitado a proteger su industria discográfica, con imitadores de las estrellas norteamericanas, tales como Johnny Halliday en Francia, Los Teen Tops en México, Los Estudiantes en España, Adriano Celentano en Italia o Los Llopis en Cuba. Pero no era solo aquella catarata de ritmo la que inundaba las ondas. Las edulcoradas canciones de decenas de solistas y grupos como los inigualables The Platters, cuyos mensajes hablaban habitualmente de amores no correspondidos, hallaron una contundente respuesta al otro lado del Atlántico, con la llegada de un tema titulado Love me Do. ¡Habían llegado The Beatles ¡, cabeza de puente entre EEUU y Gran Bretaña, estandarte de la llamada British Invasion, que acabó abruptamente con el reinado del R&R yanqui, aunque las bandas de Liverpool, Londres o Glasgow fueran hijas directas de aquel.
El optimismo y la vivacidad que distinguían a los músicos jóvenes de Liverpool (inherentes a las bandas surgidas en aquel tugurio llamado The Cavern), que se dio en llamar Mersey Sound* (tomado del río que atraviesa aquella ciudad inglesa), contagiaron a millones de adolescentes, cansados por un lado de Elvis Presley, sus versiones de obras ya consagradas e impostación vocal, a lo que había que añadir su nuevo look, en el que su vestimenta habitual se hallaba más cercana a la de una luminaria circense, que a la de un rockero.
El cuarteto más célebre de la historia, con traje oscuro, botines negros, camisa blanca y estrecha corbata, supo cambiar radicalmente el escenario de mediados de los años sesenta, lanzando un slogan clavado en las antípodas de los temas sentimentales: ¡She loves you, yeah, yeah¡ (¡Ella te quiere, sí, sí¡…), compensaba los lamentos del She Don’t Love me Anymore (Ella no me quiere más), típico de mil canciones románticas de la época.
Aquella sencillez de las primeras obras del cuarteto, el fenómeno social que provocó su irrupción en el mundo de la música joven, acrecentado con la frescura de los filmes que dirigió Richard Lester (A Hard Day’s Night y Help¡), sus nuevas propuestas sonoras, asumiendo la responsabilidad de sus obras, hasta en el punto de decidir cómo debían ser las portadas de sus discos (Sargeant Pepper’ s, Rubber Soul); su constante interés y profesionalidad a la hora de debatir y discutir arreglos y mezclas, la innegable evolución estética de su producción musical, no han tenido parangón, incluso en el siglo XXI.
Discográficamente, John, Paul, George y Ringo, cuarenta años después de su separación (la vida artística de los Beatles duró tan solo ocho años), detentan por derecho propio la categoría de clásicos. Sus discos oficiales, todas sus maquetas, todas las sesiones de estudio y actuaciones en directo que la compañía EMI nunca imaginó publicar, han ido apareciendo de forma paulatina, como una demostración palpable de aquello que, el 23 de Abril de 1984, me comentaba Eric Burdon (The Animals), tras una memorable actuación celebrada dentro de los actos culturales del Día de Castilla y León (Villalar de los Comuneros, Valladolid): En Estados Unidos toda la buena música era negra. Los colonos se limitaron a seguir cantando música country y folklore europeo. En cualquier ciudad de los USA puedes encontrar músicos formidables, pero no hay libertad para la creación, no hay debate artístico, ni sentido del humor.Todo lo dirige la industria. Y en aquellos años tan esperanzadores, en Gran Bretaña es donde se desarrollaban todas las nuevas tendencias del rock: desde el glam al punk, del heavy al sinfónico… Somos un país en el que los jóvenes crean estilos en la calle, en el barrio. Eso es arte popular.
Los grupos de rock emergentes entre los 60 y 70 del pasado siglo eran habitualmente tildados de provocativos e izquierdosos, de incitar a las mujeres a liberarse de sus monstruos internos, de sus viejas concepciones sobre la fidelidad, el amor, el matrimonio y la libertad. El slogan Haz el amor y no la guerra, acuñado en Woodstock por la comunidad hippie, alarmó a la sociedad yanqui con más fuerza aún que durante la etapa dorada del rock and roll, cuyos representantes más genuinos, comparados con Jimi Hendrix, The Doors, Rolling Stones, Janis Joplin o Country Joe and The Fish, resultaban personas dueñas de un tradicionalismo más que tranquilizador para aquel tipo de democracia.
Una buena parte de aquella glorias del rock and roll blanquecino, no soportaban su exilio en las ondas. Elvis Presley, el más afectado por las nuevas tendencias, odiaba aquel destierro artístico, aunque su público ya no era joven, ni rebelde. El llamado Rey del Rock (jamás aceptaré ese pretencioso título) inició su descenso al baúl de los mediocres cuando abandonó los vaqueros en el desván. Como apunté anteriormente, sus peinados, ropas o modelos, lucían brillantina, quincalla y oropel, lentejuelas y cinturones imposibles, a guisa de vedette de revista, lo que sumado a sus ademanes, repertorio y estilo, le llevaron finalmente al luminoso escenario Las Vegas, conocido artísticamente como El Cementerio de los Elefantes.
Ello provocó que el 21 de diciembre de 1970, un mosqueado Presley consiguiera cumplir uno de sus sueños, gestado a bordo de un avión de American Airlines, desde donde escribió de puño y letra una carta para el entonces presidente de los EEUU. Elvis quería que Richard Nixon le recibiera en la Casa Blanca. Lo consiguió. La breve charla demostró que ambos coincidían en varios puntos: la preocupación por las costumbres de los jóvenes, por el consumo de drogas, la amenaza del comunismo y los conflictos raciales, generados por las demandas de igualdad de derechos de los negros*.
El plan urdido por Elvis era convertirse en una especie de Agente Federal, para combatir las supuestas amenazas contra el régimen. Una decisión que le granjeó tantas críticas acerbas, como alabanzas en el mejor estilo John Wayne o Charlton Heston. Ofrecerse al servicio de un gobierno ultra conservador, justamente opuesto al espíritu del rock, rebelde y transgresor, no hizo más que demostrar la miseria moral, la tragedia de la estrella en declive, las contradicciones de alguien que había perdido un trono que jamás debió haber ocupado, y que paradójicamente, en pleno verano del 1977, aparecía muerto en Graceland, su mansión de Memphis, por una sobredosis de drogas. Un caso con sabor inequívocamente americano.
En los años 70, comenzó otra etapa más enrevesada en las formas y fondos, que las bandas, grupos y solistas aprovecharon para lanzarse de lleno a la búsqueda de un Grial melódico, bautizado de inmediato merced a la utilización de críticos musicales, a quienes se consultaba con la misma confianza con la que los griegos consultaba al Oráculo de Delfos, a la hora de hallar un nombre determinado, para una música que parecía (debía ser) original. Las nuevas acepciones eran tantas como el número de artistas.
Esa labor de padrinazgo tenía una lógica compensación económica, a la que se añadía otra clase de obsequios en forma de viajes, lujosos hoteles y limusinas, amén de todo tipo de regalos que aseguraban a los empresarios del sector la sumisión de aquellos profesionales, melómanos en su mayor parte, corruptibles en una amplia mayoría, que acostumbraban a ser los biógrafos (hagiógrafos en definitiva) de una determinada estrella del pop, a quienes se untaba, en ocasiones especiales, cual era un debut discográfico o el lanzamiento especial de una obra, perteneciente a una estrella consagrada o próxima a serlo.
Los locutores de las emisoras en las que el Hit Parade* era básico a la hora de mantener viva a la audiencia, precisaban de fórmulas de esa clase, cuando de presentar una canción se trataba, ya se tratase de Surf, Soul, Detroit Sound, Flower Pop, Christian Rock y otros.
Enterrado pues el otrora escandaloso meneo de pelvis (que hoy semeja en el mundo de habla sajona algo parecido al pop yeyé para los españoles, salvando las diferencias, que son enormes), la escena del rock, puro y duro, cedió su espacio a interminables variables en las que abundaban unos larguísimos riffs de guitarra, tan insoportables como los solos de batería y percusión, por muy profesionales e inspirados que fueran Robert Fripp o Jimmy Page, Ginger Baker o Nick Mason. Se trataba de un guiño infantil, un truco disculpable utilizado para demostrar genio y figura.
Las nuevas generaciones de músicos atravesaban por un período de introspección o psicoanálisis, de catarsis colectiva, de investigación exhaustiva sobre su condición de autores de una música llamada menor, ante la avalancha de opiniones de toda índole que aparecían en la prensa especializada. Las revistas Melody Maker, Musical Express, Record Mirror, Rolling Stone (que comenzó a publicarse en 1967), o incluso el Playboy, que prestaba sus páginas centrales a las estrellas de la música, eran lectura básica y obligada para cualquier melómano. Algunos de aquellos profesionales, como los británicos Charlie Gillet y John Peel, criticaban en sus artículos la escasa importancia que se concedía, dentro de la industria discográfica, a la calidad de las letras, producción y renovación tecnológica.
La cultura, grosso modo, ese terreno intangible, intrincado y misterioso, generador de debates, complejos y enormes deseos de pertenencia, parecía hasta entonces un espacio vetado a los Bárbaros del Ritmo. Bastaron los escritos y poemas del tándem Allen Gingsberg – Jack Kerouacs (la Beat Generation), la devoción de ambos por Bob Dylan y el rythm and blues; la espontánea decisión de Truman Capote para acompañar a los Rolling Stones en su American Tour de 1972, el memorable recital de Jim Morrison (The Doors) declamando varios poemas de Rimbaud y Baudelaire o la debilidad de Andy Warhol para con la Velvet Underground, para que el odeón desde el que emergen los nuevos caminos expresivos del arte, abriera de par en par sus oídos, puertas y salones a los músicos de aquella década.
Fue entonces, cuando algunos líderes del rock mostraron que la música clásica o culta, no les era ajena a la hora de componer. De todo ello hablaré en la próxima entrega.
Notas
1.- Las páginas de ofertas de trabajo en la prensa de la época, se llenaban de reclamos para cubrir plazas en departamentos que precisaban de personal especializado en aquellas nuevas y no tan modernas profesiones, como editores de música, productores, empleados de estudios, ingenieros de sonido, directivos de empresas discográficas, expertos en publicidad, asistentes en tiendas especializadas, en agencias de derechos de ejecución, presentadores de espectáculos de música en vivo, locutores musicales, agentes de prensa, promotores, salas de música, técnicos de equipo de sonido, de luminotecnia, managers, road-manager, periodistas especializados, fabricantes de instrumentos musicales y otros.
2.- Bajo ese apelativo fueron surgiendo varias formaciones que, a la sombra de los Beatles, trataban en vano de emular el éxito del cuarteto. Entre ellas figuraban The Merseybeats, Gerry & The Pacemakers, The Searchers, The Troggs, The Nashville Teens, etc.
3.- La carta de Elvis a Nixon (de la que ofrezco unos párrafos), decía así:

Estimado Sr. Presidente:
En primer lugar, me gustaría presentarme. Mi nombre es Elvis Presley. Le admiro y siento un gran respeto por su trabajo. Pude charlar hace días con el Vicepresidente Spiro Agnew, en Palm Springs, al que expresé mis preocupaciones sobre nuestra patria. La cultura de la droga, los hippies, los Panteras Negras, etc. no me consideran todavía un enemigo (…/…) Ellos, para referirse a nuestra patria dicen establishment, y yo América, que me encanta. Si usted quisiera yo podría servir de ayuda a nuestro país. No tengo otras preocupaciones, ni motivos diferentes de los que le digo, para ponerme al servicio de la nación. (…/…) Deseo un título, un trabajo como Agente Federal, dado que en mi carrera tengo contactos con personas de todas las edades. En primer lugar y ante todo, yo soy un artista, pero todo lo que necesito es las credenciales federales. Estoy en el avión con el senador George Murphy y hemos estado discutiendo los problemas a los que se enfrenta nuestro país. (…/…) Estaré en este hotel siempre y cuando se me necesite para obtener ese documento. He hecho un estudio a fondo del uso indebido de drogas y del típico lavado de cerebro que suelen hacer los comunistas, y creo que soy de gran ayuda (…/…) Estoy nominado como una de las 10 personas más destacados para los jóvenes de América. Será en el 18 de enero en mi ciudad natal, Memphis, Tennessee. Me encantaría conocerle sólo para decirle hola, si no está demasiado ocupado.
Respetuosamente,
Elvis Presley
P.D.: Creo que usted, señor Presidente, fue también uno de los diez hombres más destacados de América. Tengo un regalo para usted que me encantaría entregarle en persona.

4.- En la terminología de la música popular, el Hit Parade (denominado en inglés) es una clasificación permanente de canciones en boga, con relación a sus ventas de discos y frecuencia de emisión en los medios radiofónicos. Durante la década de 1960, el más importante en Gran Bretaña era el oficialista Top of The Pops de la BBC. En el continente fue Radio Luxemburgo la primera estación europea en utilizar ese método de caza y captura de audiencia. En USA, las revistas Cashbox y Billboard, ambas generosas con las editoras discográficas, publicaban su Top 100 con periodicidad mensual, ofreciendo a sus suscriptores una novedad digna de mención, como era el envío, cada 30 días, de diez discos sencillos que contenían otras tantas novedades destacadas del mes en curso. Pero el más exitoso entre los jóvenes del viejo continente, fue el ofrecido por Radio Carolina, emisora pirata desde cuyas instalaciones (dentro de un barco anclado fuera de las aguas jurisdiccionales británicas) se programaba una suerte de Anti Hit Parade, en el que sonaban los discos más interesantes del momento, fuera de los circuitos comerciales.
Blog del autor: http://tenacarlos.wordpress.com/2011/02/23/rock-and-roll-grandeza-y-miserias-2%C2%AA-parte/

Fuente, vìa :
  http://www.rebelion.org/noticia.php?id=123172

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