lunes, 20 de septiembre de 2010

Sociedad, Socialismo real: Reformas y oportunidades perdidas (I) Por: Jorge Gómez Barat

El triunfo de los bolcheviques en Rusia, luego de los comunistas en China y más tarde en Europa Oriental fueron cambios políticos que, presuntamente permitirían trascender al capitalismo y propiciarían la construcción de una nueva sociedad, los más optimistas creyeron en una revolución mundial inmediata y algunos acariciaron la idea de formar también a un hombre nuevo.


No obstante, difícilmente puedan contarse los intentos y las reformas que a lo largo de setenta años se aplicaron en los países del socialismo real. Todas partían del reconocimiento de defectos más o menos sustantivos e intentaban mejorar el desempeño del sistema, restituyendo por partes, en forma de parches, lo que antes habían suprimido de un tirón.

Excepto en China y Vietnam donde son más categóricos, todas las reformas fracasaron. Unas por ser excesivamente tímidas, otras porque comenzaban por donde debían terminar, algunas incurrían en la contradicción de empecinarse en preservar lo que necesitaban cambiar y las más recientes porque llegaron tarde cuando los defectos estructurales se tornaron irreversibles y quienes debían conducirlas se habían convertido en parte del problema y no de la solución. Fue el caso de los partidos gobernantes y de los órganos dirigentes de los países de Europa Oriental y de la Unión Soviética.

Lo primero no fue exactamente una reforma sino una advertencia proveniente de Rosa Luxemburgo quien, desde posiciones marxistas, alertó a Lenin de los riesgos del exceso de centralismo, de los peligros de limitar la libertad de discusión y la crítica y de favorecer el autoritarismo dentro de la Revolución. Para ella, eliminar la democracia burguesa no podía significar suprimir la democracia en general y la libertad de los militantes revolucionarios implicaba el derecho a pensar diferente. Por unas y otras razones, no fue escuchada.

El segundo más sustantivo y dilatado de ese tipo de propuesta provino de Trotski quien, una vez consumada la victoria sobre la contrarrevolución, creyó llegado el momento de restablecer la democracia al interior del proceso revolucionario bolchevique, abogando por dar a los soviets y a las bases y organismos regionales del partido mayor peso en la elaboración de las políticas y en la toma de decisiones y, ante el rechazo a sus tesis, organizó la llamada “oposición obrera”, acción que lo llevó a desencuentros con Lenin, que lo confrontó públicamente sin excluirlo de las filas, como luego haría Stalin.

La propuesta más trascedente de esos momentos provino del propio Lenin que espantado ante la ruina ocasionada por la Primera Guerra Mundial, los inevitables efectos de la revolución y la guerra civil, incluida la intervención extranjera, comprendió que la doctrina o el modelo económico instaurado por los bolchevices era insolvente para poner en marcha la enorme economía soviética y propuso no una reforma sino un “retroceso estratégico” que restableciera ciertas formulas asociadas al mercado, al valor y a la inversión extranjera.

En un postrer esfuerzo, prácticamente agonizando, Lenin encontró fuerzas para encomendar a Trotski la ejecución de un programa de rectificación que contribuyera a frenar la burocratización del país, del Partido y de los soviets, confiándole la tarea de organizar un sistema de inspección obrero-campesina (especie de contraloría), capaz de asumir esa enorme tarea. Del plan formaba parte una ampliación del Comité Central sumando al mismo 100 nuevos miembros, todos obreros, con lo cual aspiraba a limitar los inmensos poderes adquiridos por Stalin. El proyecto no pudo ser ejecutado.

Muerto Lenin, Stalin no sólo dio marcha atrás a la Nueva Política Económica (NEP), sino que avanzó en una dirección totalmente contraria, acentuando las deformaciones estructurales que el fundador había intentado corregir.

No obstante, en épocas del stalinismo, hubo militantes que confrontando el punto de vista oficial realizaron propuestas reformistas. Descontando las asociadas a Trotski, Bujarin, Zinóviev y Kamenev, todavía excesivamente polémicas, se recuerdan las ideas de Yevgeni Preobrazhenki, un viejo bolchevique, cercano a Lenin y autor con Bujarin del “ABC del Comunismo”, quien fue confrontado por Stalin por sus pronunciamiento en torno a la doctrina de “El Socialismo en un solo país”. No conforme con rechazar y ridiculizar su teoría de la acumulación socialista originaria y hacerlo renegar de sus ideas expuestas en la Nueva Económica, Stalin lo deportó y en 1937 lo hizo fusilar.

No obstante, tal vez por el peso de la evidencia y porque al fin y al cabo la Unión Soviética no podía vivir totalmente al margen de las corrientes políticas internacionales y que de cualquier manera formaba parte de Europa, Stalin se vio forzado a introducir ciertos matices de reforma en el sistema político. Así nació la constitución de 1938 que aunque era extraordinariamente primitiva, sirvió de base a las cartas fundamentales de los países del socialismo real, incluso de aquellos que más tardíamente adoptaron constituciones socialistas y copiaron de ella.

En la Unión Soviética de fines de los años cincuenta y los sesenta, de cierta manera como parte del proceso de desestalinización o “deshielo”, por sus propuestas de reforma económica alcanzó cierta notoriedad Evsey Liberman, economista y profesor ucraniano de origen judío quien propuso un conjunto de reformas económicas, audaces para su tiempo y que sin trascender los marcos de la planificación centralizada, mediante nuevos métodos de administración, intentaba elevar la eficacia de la economía en su conjunto.

Liberman se le hizo sospechoso a la nomenclatura cuando algunos críticos detectaron que sus reformas conllevaban a la introducción de elementos típicos de la gestión capitalista; no obstante llegó a ser uno de los principales consejeros del entonces Secretario General Nikita Kruzchov, de quien lo heredó Brezhnev y si bien las reformas introducidas a partir de sus ideas influyeron positivamente en la prosperidad económica soviética de los años setenta, sus efectos fueron anulados por el inmovilismo que se apoderó de la administración de Brezhnev.

En lo que atañe a la Unión Soviética no hubo nuevas oportunidades hasta que en 1985 llegó al poder Mijaíl Gorbachov quien se encontró con que, en Europa del Este, el socialismo se venía abajo y había pasado el tiempo en que las reformas podían salvarlo. Todavía no sabía que a la Unión Soviética le ocurría lo mismo. Son otras historias; luego les cuento.
Fuente, vìa :
http://www.argenpress.info/2010/09/socialismo-real-reformas-y.html

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