domingo, 12 de septiembre de 2010

México: País Cementerio Cualquiera, y todos, pueden ser asesinados. Así de simple y tremendo a la vez. En el País Cementerio, así como se muerde el polvo de la derrota en la esquina menos pensada... Juan Carlos Camaño

Cualquiera, y todos, pueden ser asesinados.  Así de simple y tremendo a la vez. Los puestos de venta de diarios y  revistas, en distintas ciudades de México, chorrean sangre desde las  portadas, matizadas con alguna modelito desnuda o semidesnuda.

“Si esto sigue así tendremos que irnos a otro país”, se escucha decir a  algunas gentes que creen que todavía el Distrito Federal, no ha sido  ganado por la guerra. Aunque en su periferia no han faltado cadáveres,  montados arriba de otros, con leyendas que advierten que las batallas  recién comienzan. Queda mucho por matar y poco dónde guarecerse, si se  observa la militarización creciente y los millones de personas que para  salvar el día a día deben ir pasando a gusto, o a disgusto, a las filas  de los contendores, o, mientras puedan, caminar por la cornisa neutral  sin que una bala, no tan perdida, se los lleve por delante.

México quedó encapsulado en una trampa mortal. Por sus tierras se pasean  fuerzas del ejército y policiales, divididas en bandos que confrontan.  Paramilitares, parapoliciales, sicarios orgánicos e improvisados;  agentes –soterrados y de superficie- de la CIA y la DEA; comandos de  elites dependientes del gobierno de Felipe Calderón y las “Compañías de  la Muerte S.A.” encargadas de trasegar inmigrantes de un lado a otro.

Recordemos que en los últimos diez años –según cifras que repican por  distintos medios, dentro y fuera de México-, fueron desaparecidas unas  sesenta mil personas, la mayoría mexicanas y mexicanos y muchas otras  provenientes de países centroamericanos, que nunca llegaron a destino,  sea el de ida: EE.UU, o el de regreso: a sus casas, luego de haberse  arrepentido cuando estaban a mitad de camino de uno y otro punto.

Entre asesinados y desaparecidos, tomando como medida las últimas tres  décadas, se puede arriesgar –sin salirse siquiera de las cantidades que  se conocen como revelaciones oficiales- que en México ha habido  aproximadamente cien mil víctimas directas de una guerra civil no  declarada como tal, ni admitida, incluso, por no pocos de aquellos que la padecen a diario. Una guerra civil, en la que EE.UU. tiene una enorme  injerencia y graves responsabilidades, que vienen de lejos en el tiempo  y se ahondaron con el Tratado de Libre Comercio (TLC): componendas y  negociados que, como lo denunciaran miles de trabajadores mexicanos, no  fueron más que parte de las atrocidades económicas y sociales, afines a  las recetas neoliberales.
 
Tirando de esa cuerda, con la inestimable ayuda del ex presidente  Vicente Fox –un títere grandulón de George W. Bush- EE.UU., que no pudo  clavar el ALCA en el corazón del conjunto de la región, aceleró el  desangre de un país que con una población de más de ciento diez millones  de habitantes, lo único que vio crecer, tras el acuerdo, fue la economía  informal y amplios bolsones de miseria lacerante. Caldo de cultivo,  innegable, de violencia, en este caso: armada hasta los dientes y  signada por la ferocidad que impone toda lucha por el final del botín, o  el principio del control total del mercado. El del petróleo, las drogas  duras y blandas y los nichos de negocios selectos, para clases también  selectas.

En el País Cementerio, así como se muerde el polvo de la derrota en la  esquina menos pensada, se puede, aún, sorberse unos tragos en los  cafetines con terrazas, tipo París, cerca del monumento a Benito Juárez.  Así, como si tal cosa; como si todo fuera ajeno, hasta el día en que  llega la noticia de una víctima cercana.
Como sabe ocurrir en el mundo entero, ahora en México hay mexicanos a  los que su propio país, con esa escalofriante ristra de muertos y  desaparecidos, les queda demasiado distante. Los archiconocidos  contrastes sociales, entre ricos y pobres –siempre expuestos en una  urbanización que no disimula nada- se han acentuado. La pretensión de la  topadora yanqui quizás se salga con las suyas: demostrar que México se  sumerge en la “categoría” de inviable. “País fallido”. “Estado fallido”.  Y, entonces, más brutalmente que hoy, se le facilitaría a EE.UU. una  intervención directa sobre una sociedad descuartizada. Nada más y nada menos que eso es lo que está en juego, en una realidad de tierra, aparentemente, de nadie. Sólo aparentemente.

Hay organizaciones de derechos humanos y de periodistas –entre éstas la  Federación de Asociaciones de Periodistas de México, FAPERMEX-, que  aseguran que del total de asesinatos a periodistas –y otros-, ocurridos  en los últimos tres años, el seis por ciento está vinculado a  represalias ejecutadas por el narcotráfico, en sus diferentes versiones.  Y que en el porcentaje más alto de crímenes –por arriba del treinta por  ciento- están implicadas las fuerzas armadas que, en teoría, responden  al poder político. Y otras fuerzas, tan armadas como las  “institucionales”, de neto corte paraestatal: grupos con status de  “autónomos”.

¿Quién pondrá fin a una carnicería que corre el riesgo de naturalizarse  como sistema de vida? Si no llegaran a ser las fuerzas políticas y sociales más progresistas  de México y de la sociedad mundial, entonces los bárbaros guerreristas,  amarrados al diagrama global del caos, pergeñado por el Pentágono, lo  harán a su manera. Destrozándolo todo, menos sus negocios. Entre éstos,  los de la reconstrucción, a manos de las mismas empresas que hoy azuzan  la muerte.
 
Sin dudas, asistimos a una muestra más del único futuro posible que nos  propone el actual círculo vicioso de la reproducción capitalista y la  expansión imperialista.
Fuente, vìa:
www.kaosenlared.net/noticia/mexico-pais-cementerio

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