domingo, 12 de septiembre de 2010

Estados Unidos : Nueve años de guerras, cientos de miles de muertos, y nada se aprendió Robert Fisk

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¿Nos volvió locos a todos el 11/S? Qué apropiado que de una manera extraña y demente, la apoteosis de la conflagración de hace nueve años haya degenerado en un sacerdote lunático que amenaza con provocar otro estallido al convocar a una quema, estilo nazi, de ejemplares del Corán, en protesta por la futura construcción de una mezquita a dos cuadras de la zona cero, como si los atentados hubiesen sido contra los cristianos y no contra un Occidente ateo.
¿Por qué habríamos de sorprendernos? Vean a todos los locos que surgieron como resultado de esos crímenes internacionales contra la humanidad: el chiflado Ahmadinejad, el histriónico Kadafi posnuclear, Blair, con su loca transición a la derecha, y George W. Bush, con sus prisiones secretas, torturas y vehemente guerra contra el terror. También está el miserable que vivía, o vive aún, en una cueva afgana y los cientos de miembros de Al Qaeda que él creó, un mullah tuerto... y eso si no mencionamos a los lunáticos policías, agencias de inteligencia y matones de la CIA que nos fallaron a todos y desde el principio. Fueron los que el 11 de septiembre, perdidos en la holgazanería o estupidez, no fueron capaces de identificar a 19 hombres que iban a atacar Estados Unidos. Recordemos esto: aun si el reverendo Terry Jones se mantiene en la postura de retractarse, otro de nuestros enfermos mentales está listo para tomar su lugar.
En este triste noveno aniversario –sólo Dios sabe qué nos depara el décimo aniversario– el 11/S no parece haber producido paz, justicia, democracia o derechos humanos sino monstruos. Arrasaron Irak y asesinaron a 100 mil almas, o 500 mil, o un millón, ¿a quién le importa? La enfermedad se propagó por todo Medio Oriente y el mundo. Ellos, los pilotos de la fuerza aérea y los insurgentes, los marines y los atacantes suicidas, la rama de Al Qaeda en el Magreb, de Jalil y del Califato de Irak, así como las fuerzas especiales y el apoyo de mercenarios que han decapitado a mujeres, niños, ancianos, enfermos y a jóvenes fuertes. De las Indias al Mediterráneo, de Bali al tren subterráneo de Londres. Vaya memorial para los 2 mil 996 inocentes asesinados hace nueve años. Todo lo que se hizo en su nombre ha sido nuestro holocausto de fuego y sangre, y ahora es colocado en un altar por un pastor loco de Gainesville.
Esto es una pérdida, ¿pero quién obtuvo la mayor ganancia? Bueno, los traficantes de armas, naturalmente, y las empresas Boeing y Lockheed Martin, y todos los que construyen misiles, aviones sin pilotos y refacciones para aviones F-16 y los inescrupulosos mercenarios que acechan en las tierras musulmanes por nosotros y que ahora han creado 100 mil nuevos enemigos por cada uno de los 19 asesinos del 11/S.
Los torturadores se la han pasado bien al practicar su sadismo en las prisiones secretas estadunidenses. Fue apropiado que que el centro de tortura de Estados Unidos en Polonia se revelara en este noveno aniversario, como antes lo hicieron los hombres (y mujeres, me temo) que perfeccionaron los grilletes y las técnicas de ahogamiento con las que ahora hacemos la guerra. No olvidemos a cada uno de los vociferantes religiosos del mundo, ya sean del tipo Bin Laden, sus fieles admiradores barbados del talibán, los atacantes suicidas, los que llevan garfios o a nuestro propio pastor en Gainesville.
¿Y Dios? ¿Adónde lo ponemos? Un archivo de citas sugiere que cada uno de los monstruos creado durante o después del 11 de septiembre es seguidor de este quijotesco redentor. Bin Laden reza para que “Estados Unidos se convierta en su propia sombra. Bush y Blair le rezan a Dios, y todos los asesinos musulmanes y montones de de soldados occidentales, así como el doctor (honorario) y pastor Terry Jones y sus 30 (o quizá 50 feligreses, debido a que las estadísticas escasean durante la guerra contra el terror).
Y el pobre Dios, claro, tiene que escuchar todas estas plegarias mientras mira todas nuestras guerras. Recordemos las palabras atribuidas a él por un poeta de otra generación: “Dios esto, Dios aquello, Dios lo de más allá. ‘Santo Dios’, dijo Dios, ‘Ya me hicieron todo el trabajo’”. Y eso fue apenas durante la Primera Guerra Mundial.
Hace sólo cinco años, durante el cuarto aniversario de los ataques contra las Torres Gemelas, el Pentágono y Pensilvania, una estudiante preguntó durante una conferencia que di en una iglesia de Belfast si Medio Oriente se beneficiaría con más religión. No, con menos religión, aullé. Dios es bueno para la religión, pero no para la guerra. Pero aquí estamos, en un mar lleno de escollos y arrecifes que nuestros líderes prefieren que ignoremos, olvidemos y dejemos a un lado. Todo este desastre involucra a Medio Oriente, a un pueblo musulmán que ha mantenido la fe mientras que esos occidentales los dominan en lo militar, económica, cultural y socialmente, y todo lo que ellos sienten haber perdido.
¿Cómo puede ser esto?, se preguntan los musulmanes. De hecho, es una paradoja soberbia que el reverendo Jones sea creyente mientras que el resto de nosotros, o muchos, no lo somos. Por eso mis libros y documentales nunca hablan de musulmanes contra cristianos, sino de musulmanes contra Occidente.
Y por supuesto, un tema tabú es la relación de Israel con Estados Unidos y el incondicional apoyo de Washington al robo israelí de tierras árabes musulmanas. He ahí el corazón de esta terrible crisis. En la edición de ayer de The Independent, se publicó una fotografía de manifestantes afganos que coreaban Muera Estados Unidos. Pero en segundo plano aparecían otros manifestantes con una bandera negra con un mensaje en dari escrito con pintura blanca. El régimen sionista chupasangre y los líderes occidentales que son indiferentes al sufrimiento y no tienen conciencia nuevamente celebran un año más de derramar la sangre de los palestinos.
El mensaje es tan extremo como violento, pero prueba una vez más que la guerra en que nos involucramos tiene que ver con Israel y Palestina. Es algo que preferimos ignorar en Occidente, convencidos de que supuestamente los musulmanes nos odian por lo que somos o detestan nuestra democracia. Por eso el igualmente violento Benjamin Netanyahu reaccionó a la atrocidad del 11 de septiembre diciéndose convencido de que el hecho beneficiaría a Israel, que podría afirmar que también combatía en la guerra contra el terror. El hoy comatoso primer ministro israelí Ariel Sharon aseguró que el líder palestino Yasser Arafat es nuestro Bin Laden. Los israelíes tuvieron el descaro de asegurar que Sderot, territorio sobre el que cae una cascada de misiles de hojalata, era nuestra zona cero.
No lo era. La batalla de Israel con los palestinos es una grotesca caricatura de nuestra guerra contra el terror en la que se supone debemos respaldar el último proyecto colonial de la Tierra, y aceptar sus miles de víctimas porque las Torres Gemelas, el Pentágono y el vuelo 93 de United fueron atacados por 19 asesinos árabes hace nueve años.
Es de un sin sentido el hecho de que como resultado directo de los ataques, un flujo constante de policías y matones occidentales han viajado a Israel para mejorar sus capacidades antiterroristas con la ayuda de funcionarios israelíes quienes, según Naciones Unidas, son criminales de guerra. No fue casualidad que los héroes que acribillaron al pobre Jean Charles Menezes en el Metro de Londres, en 2005, habían recibido asesoría antiterrorista de los israelíes.
Ya me sé los argumentos. No podemos comparar las acciones de los malvados terroristas con la valentía de nuestros jóvenes y mujeres que defienden nuestras vidas y sacrifican las suyas en el frente de batalla de la guerra contra el terror. No puede haber equivalente. Ellos matan a inocentes porque son malvados. Nosotros matamos a inocentes por error. Pero sabemos que vamos a matar a inocentes y lo aceptamos, pese a que nuestras acciones resultan en fosas comunes llenas de familias, pobres, débiles y desposeídos. Por eso creamos la obscena definición de daño colateral; al parecer colateral significa que esas víctimas son inocentes, pero también que somos inocentes de haberlos matado. No era nuestro deseo, aunque sabíamos que era inevitable hacerlo.
Colateral es nuestra exoneración, y la única palabra que separa a ellos de nosotros, a nuestro derecho sagrado de matar y el derecho de matar, también sagrado, de Bin Laden
Las víctimas ocultas tras el término colateral ya no cuentan porque fueron asesinadas por nosotros. Tal vez no fue tan doloroso. Quizá la muerte que provoca un avión sin piloto es un final más gentil, al igual que la evisceración provocada por un misil aire-tierra AGM-114c fabricado por Boeing-Lockheed, que morir por las esquirlas resultado de la explosión de una bomba al lado del camino o un suicida con un cinturón explosivo.
Por eso sabemos cuántos murieron en el 11/S: 2 mil 966, aunque la cifra podría ser mayor. Y nosotros no llevamos la cuenta de los que matamos, porque nuestras víctimas no deben tener identidad, inocencia o personalidad, ni nada que cause sentimientos o remueva nuestras creencias, porque hemos matado a muchos más seres humanos que Bin Laden, el talibán y Al Qaeda.
Los aniversarios son actos para los periódicos y la televisión. Provienen del macabro hábito de confabularnos para darle estructura a un monumento infeliz. Por eso conmemoramos la batalla de los británicos –un episodio lleno de nobleza de nuestra historia– y los bombardeos sobre Alemania, progenitores de un asesinato en masa que, sin embargo, simboliza nuestro valor inocente.
Así, recordemos el comienzo de una guerra que partió en dos nuestra moralidad, convirtió a nuestros políticos en criminales de guerra, a nuestros soldados en asesinos y a nuestros enemigos en héroes de la causa contra Occidente.
En vísperas de este lúgubre aniversario, Jones quiere quemar un libro titulado Corán y Tony Blair intentó vender un libro llamado Una Travesía. Jones dijo que el Corán era malvado. Algunos británicos han preguntado si el libro de Blair debería estar en la sección de crímenes de las librerías.
Indiscutiblemente, el 11/S nos ha trasladado a una fantasía en que el reverendo Jones puede llamar la atención de los Obama, los Clinton, del Papa y hasta de las sagradas Naciones Unidas.
A quien los dioses destruirán...
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca
Fuente, vìa :
Foto Reuters
http://www.jornada.unam.mx/2010/09/11/index.php?section=opinion&article=026a1mun 

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