Herón inventó un dispensador de agua bendita que funcionaba depositando una moneda a través de una ranura. El dispositivo interior, por el simple peso de la moneda que hacía descender un émbolo, hacía circular una cantidad determinada de agua hacia el exterior a través de un caño. El feligrés quedaba atónito por la maravilla automática. Quedaba atónito y sin moneda. El sacerdote del templo quedaba complacido por la ingenuidad del feligrés. Quedaba complacido y con moneda. Una por feligrés, una por “ración” de agua bendita.
Rápidamente, el sacerdote, con lo que había conseguido reunir de las aportaciones “atónitas” de sus feligreses, acudía nuevamente a Herón y éste ponía a su disposición nuevos ingenios que maravillarían a sus fieles creyentes. Y compraron una estatua que “lloraba sangre”, emocionada ante las ofrendas que los fieles depositaban a sus pies, y que solían consistir en objetos de gran valor, de tanto valor como se pretendía que tuviera de efecto en la benevolencia del dios. Cuando daba comienzo la ceremonia en la que los fieles-creyentes procedían a depositar sus ofrendas a los pies de la estatua representativa del dios, el sacerdote encendía un fuego cercano. El aire que este fuego calentaba era conducido por una sencilla red de tubos que lo llevaban a un pequeño recipiente que contenía agua con colorante rojo. Por efecto de la presión, el aire caliente desplazaba el agua coloreada por el otro extremo del recipiente, donde se había dispuesto un tubo que llevaba “la sangre” directamente a los lagrimales de la estatua, donde se habían practicado previamente los necesarios agujeros que permitían dar rienda suelta a la emoción del dios que recibía las ofrendas. El feligrés quedaba maravillado, estupefacto. Maravillado, estupefacto y sin su ofrenda. Los sacerdotes quedaban complacidos por la ingenuidad del feligrés. Quedaban complacidos y con sus ofrendas. Ya que, naturalmente eran los sacerdotes quienes administraban las ofrendas en nombre de los dioses. Y disponían de ellas, si el dios así se lo hacía ver, para la adquisición de nuevos ingenios con los que maravillar al feligrés-creyente-ingenuo del que obtenían tan cuantiosos beneficios.
Debido al indiscutible éxito de esta fórmula empresarial, el sistema se fue expandiendo a otras áreas desde las que igualmente se podían obtener ingresos procedentes de las clases más ingenuas. Allí donde hubiere un ingenuo, había siempre un desalmado embaucador que encontraba su feligrés-creyente-ingenuo-cliente-votante-consumidor-prestatario.
Durante los veinte siglos siguientes la exitosa fórmula empresarial ha evolucionado, siempre al ritmo que lo hacía su clientela. En la actualidad, se aplica con éxito la fórmula con pequeños matices en todos los órdenes de la vida. Algunos ejemplos ilustrarán mi exposición:
El votante
El
votante se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las promesas
que los políticos hacen en cada campaña electoral. El político le
promete todas las bendiciones del mundo a usted y le amenaza con todas
las maldiciones si vota a su contrincante. El político le induce al
votante al miedo y al comportamiento miedoso, y por tanto, a un
comportamiento irregular de su persona ante hechos muy importantes en su
vida y en los que tiene el derecho y deber de participar. El político
solo ambiciona de su votante el voto, no cumplir y hacer cumplir sus
derechos, sino solamente su voto. Ante las promesas del político el
votante se queda atónito, maravillado y estupefacto pero sin su voto y
sin sus ilusiones. No!, votante, no debe usted sentirse atónito,
maravillado y estupefacto, lo normal sería que ante las promesas de los
políticos usted se sienta amenazado. El político se queda complacido y
con su voto. Ante su ambición, conocimiento y desconfianza.
El prestatario
El
prestatario se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las
ofertas que los bancos suelen hacer a clientes de otros bancos sobre el
producto “hipoteca” (también conocido como hipoteca-condena; resulta
curioso contrastar que las hipotecas en España pueden durar más que las
máximas condenas a prisión contempladas en el Código Penal). Los bancos
que pretenden captar clientes de otras entidades prometen condiciones
que no dan ni siquiera a los clientes que ya lo son de su entidad; y que
habitualmente solo tienen un camino para obtener el mismo trato
preferencial y que no es otro que anunciar al banco la intención de
abandonar la entidad. Las condiciones ofertadas por el banco en raras
ocasiones se cumplen al pie de la letra, pudiendo escuchar el
prestatario excusas tan peregrinas e ingenuas como “es que esto me viene
de la central y aquí no podemos hacer nada, se lo aseguro”. El
prestatario ingenuo se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las
prometedoras ofertas. Atónito, maravillado y estupefacto, y sin sus
condiciones ventajosas. El banquero se queda complacido y con un cliente
más cuyo bolsillo estrujar. Ante su ambición, conocimiento y
desconfianza.
El inversor-accionista
El
inversor se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las ofertas
que los bancos suelen hacer sobre la rentabilidad de invertir en sus
productos. “Fíjate, dan más en ese banco naranja que en bonos del
Estado”. Ese banco naranja, inversor-ingenuo, hubo de ser rescatado con
10.000 millones de euros con los que tapó el inmenso agujero negro que
amenazaba con absorber a la propia entidad y a los ahorros de miles de
pequeños inversores. Las entidades bancarias desconocen muchas veces los
riesgos reales de los fondos donde colocan el dinero del inversor.
Peores aún son los casos en los que las entidades bancarias los conocen
pero los ocultan. En otras ocasiones, el inversor-accionista es
embelesado por la alta rentabilidad que ofrecen grandes, grandísimas
compañías transnacionales (energéticas o de telecomunicaciones por
ejemplo). El inversor-accionista, cegado, compra acciones cuyos
beneficios muchas veces le son retribuidos en nuevas acciones, para cuya
creación se ha de pasar por la disminución del valor unitario de las
mismas. El inversor se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las
ofertas de irrechazables rentabilidades. Atónito, maravillado y
estupefacto y, si no anda listo, sin su dinero. El banquero se queda
complacido, con el depósito del inversor, y sin responsabilidad alguna
ante la ley si la inversión resulta ser una estafa. Ante su ambición,
conocimiento y desconfianza.
El consumidor
El
consumidor se queda atónito, maravillado y estupefacto ante las ofertas
que los supermercados colocan en las cabeceras de los pasillos. Los
carteles son llamativos, atrayentes y atractivos. Indican dentro de una
gran estrella el precio. “¡Oh, mira qué precio!”. Si uno desconfía de la
oferta, aunque solo sea por principio de supervivencia, y acude al
pasillo donde habitualmente se encuentra a la venta dicho producto,
puede encontrarse que el precio allí, en el pasillo, resulta inferior al
tan aparatosamente anunciado en la cabecera. Aunque nunca le haya
ocurrido esto, nunca deje de comprobar el precio, pues si no lo hace
nunca, alguna vez será la primera en la que le saquen del bolsillo más
de lo que le metan en la bolsa. También se dan otras formas de esta
prestidigitación. Por ejemplo cuando el producto no baja de precio
durante años, pero sí baja de peso neto constantemente. El consumidor,
atónito y no creyéndose nada merecedor de las atenciones que la compañía
que fabrica el producto le dispensa manteniendo el precio durante años,
exclama: “Fíjate, si ese es el precio que tenía hace años”. En fin, que
el consumidor se queda atónito, maravillado y estupefacto ante la
deslumbrante maquinaria de marketing del supermercado. Atónito,
maravillado y estupefacto pero con menos dinero en el bolsillo.
Mientras, el supermercado se queda complacido y libre de un producto de
difícil salida si no es a un precio, en ocasiones, superior al habitual y
en la bolsa de un cliente-ingenuo. Ante su ambición, conocimiento y
desconfianza.
El cliente
El cliente se
queda atónito, maravillado y estupefacto ante las ofertas de algunas
grandes compañías que aseguran dedicar esfuerzos a cuidar el medio
ambiente. Yo pongo en duda que lo hagan antes de cuidar el beneficio en
sus balances, porque si una de estas ideas entra en oposición con la
otra, todos sabemos qué aspecto cuidará la empresa en primer lugar. O
ante las ofertas de algunas grandes compañías que “venden” el trato
humano como valor añadido en contraposición al trato maquinal, robótico e
informatizado a que nos tienen acostumbrados. O ante las ofertas de
productos o servicios con la etiqueta de “receta tradicional” o “como
los de siempre”, cuando en realidad esa característica, en sí misma, no
aporta nada ni nuevo, ni generalmente bueno. Y es que si eso es lo que
tienen que destacar de sus productos o servicios, vamos listos. Otras
compañías son tan grandes que se vuelven invisibles a ojos del cliente,
inasequibles. Se esconden tras los más variados retruécanos legales,
como por ejemplo una amplia red de franquicias que son los que dan la
cara, la mucha cara que tiene aquel a quien representan. Muchas veces,
por pereza, por falta de medios, por desconocimiento, por dejadez, por
falta de tiempo, nos dejamos timar por estas compañías ante las que nos
parece casi imposible que una reclamación prospere. Créanme, la grandeza
de estas compañías solo es comparable a nuestra ignorancia,
disminuyendo nuestra ignorancia, disminuiremos su grandeza. Ante su
ambición, conocimiento y desconfianza.
El parado-candidato
El
parado-candidato se queda atónito, maravillado y estupefacto ante la
publicación de una oferta de empleo en la que sus características e
historial profesionales más o menos encajan. No digamos cómo se queda
cuando le llaman para mantener una entrevista. No digamos cómo se queda
cuando, un par de días después, le llaman y le dicen que el puesto de,
pongamos por caso, Director de Marketing, es suyo. No digamos cómo se
queda cuando recibe su primera nómina y comprueba que no es ni
mileurista y que una parte se la pagan en “B”; que podrá ser despedido
en el caso “objetivo” de que al empresario le de la impresión de que
durante los próximos dos años puede llegar a tener sospechas, de visos,
de presagios, de presentimientos, de conjeturas, de suposiciones, de
previsiones de resultados negativos sostenidos en el tiempo. Para quien
no lo sepa, les diré algo que yo sí sé, la ingeniería contable y fiscal
obraba milagros en las épocas de vacas gordas en las que un empresario
se podía ahorrar un céntimo en sus impuestos; quédese usted atónito,
maravillado y estupefacto con solo imaginar lo que no podrá obrar la
ingeniería contable y fiscal en la aguda y crónica crisis en que nos
encontramos. El parado-candidato se queda atónito, maravillado y
estupefacto solo con ver publicada una oferta de empleo digna. Por
desgracia, en la mayoría de los casos, de todo esto tan solo se queda
finalmente con un gran palmo de narices. El empleador se queda
complacido ante la gran afluencia de parados-candidatos que acude a su
reclamo, respaldado la mayor parte de las veces por un contrato basura,
por un contrato sujeto a la nueva reforma laboral, en fin, complacido
por una legislación que cada vez defiende más y mejor sus intereses y
menos y peor los de los ciudadanos. Ante su ambición, conocimiento y
desconfianza.Como documentación de este punto en particular, les propongo que lean (si tienen tripas para ello) este boletín informativo de una publicación que se llama “Carta de Personal” y donde aleccionan a los empresarios para, por ejemplo, formalizar tantos despidos como los que les obligarían a un ERE, pero sin la "molestia" de tener que obtener la aprobación de ninguna Autoridad Laboral, a esto lo llaman “Despido por goteo”. Me los imagino comentando luego en el bar: “Este Zapatero nos va a llevar a la ruina, cada día hay más parados y no hace nada por evitarlo”.
Puede que solo sea una impresión mía, pero creo que la riqueza de una persona o de una empresa se mide proporcionalmente a la ignorancia de quien les suministra esa riqueza.
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