miércoles, 26 de mayo de 2010

Argentina : Abya-Yala en Buenos Aires José Steinsleger

En el marco de los festejos por el bicentenario de la emancipación de las Provincias Unidas del Río de la Plata (hecho histórico que, con porfía, los medios masivos igualan con la independencia), Buenos Aires recibió la primera visita en masa de los pueblos originarios del país, y tomó nota de que también son argentinos con derecho a existir.
¿Quiénes son? Las culturas del cono sur carecieron del grandioso desarrollo de México y Perú que, desde el inicio de la conquista, concitó la atención y curiosidad de los estudiosos. Sin embargo, las pinturas sobre piedra halladas en la Patagonia revelan que los pueblos originarios cuentan con 11 mil años de antigüedad. ¿Cómo evolucionaron?
Pedro Cieza de León (1520-54) informa en su Crónica del Perú sobre la dominación del Tahuantinsuyu (imperio inca) en el norte argentino y chileno (1480). Pero con excepción de la experiencia de los jesuitas en Paraguay (1604-1767), no hay datos fidedignos de la conquista española en la subregión, ni fuentes documentales indígenas.
No obstante, la gran batalla de los mapuches en el río Maule para frenar la expansión del incario (Chile, 1485), revela que la conquista y colonización de estas tierras por los europeos fue ardua, constante y frustrante.
A los niños argentinos se les cuenta que no bien Juan Díaz de Solís y un grupo de marineros pusieron pie en la costa oriental del río de la Plata (Uruguay), fueron capturados y devorados por los indios charrúas (1516). Y que Sancti Spiritus, (primer asentamiento español levantado en la actual provincia argentina de Santa Fe, 1527), fue destruido por los timbúes.
De hecho, Buenos Aires tuvo que ser fundada en dos ocasiones. La resistencia de los nativos obligó a que el rey Carlos I fletara 14 navíos y mil 200 hombres bajo el mando del adelantado Pedro de Mendoza. Héroe de campañas militares en Italia y Alemania, Mendoza murió de sífilis y no alcanzó a ver cómo los querandíes, guaraníes y charrúas reducían a cenizas el primer intento de fundación (1536).
Recién en 1580, Juan de Garay consiguió fundar la ciudad que, en adelante, tendría serias dificultades para recorrer, desde el Plata, los caminos que conducían a los yacimientos de plata de Potosí (Bolivia). Grandes caciques, como Vitipoco, de Humahuaca, consiguieron confederar a los pueblos bajo su mando (1594), y en 1630 estalló el gran alzamiento de los calchaquíes, que aglutinó a más de 12 mil indígenas de Jujuy y Catamarca.
Finalmente, los españoles redujeron a los pueblos del centro y norte argentino. Empero hacia el este, en el Chaco subtropical (lules, vilelas, wichís, pilagas, tobas, mbya, mocovíes) y el sur (mapuches, tehuelches, ranqueles de las pampas), los pueblos originarios supieron conservar su independencia hasta finales del siglo XIX.
Con la incorporación de Argentina a la división internacional del trabajo, los hombres ilustres de Buenos Aires se pronunciaron por la necesidad de civilizar al país. Con todo, personajes como Domingo F. Sarmiento elogiaban por la negativa la lucha de los araucanos, que a su juicio eran “…más indómitos, lo que quiere decir: animales más reacios, menos aptos para la civilización y la asimilación europea”.
En el decenio de 1870, Buenos Aires padeció la carga de 12 malones liderados por Calfucurá, Pincén, Namuncurá, Mariano Rosas, Manuel Grande, Tripaylao, Cipriano Catriel, Ramón Cabral y otros caciques de la pampa. Pero el etnocidio sistemático arrancó en 1879, en coincidencia con el tendido del mapa ferroviario que operaba como extensión de la flota naval inglesa, y la llegada masiva de europeos para blanquear el país.
El presidente Nicolás Avellaneda (sucesor de Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento) se volcó de lleno a organizar la contraofensiva contra los salvajes. Las tropas del general Julio A. Roca, fusil Remington en mano, fue el encargado de exterminar a los argentinos nativos que impedían la configuración del Estado nacional moderno.
Namuncurá, último de los caciques pampeanos, cayó en 1884. Y los sobrevivientes de la campaña del desierto fueron vendidos como esclavos, metidos en jaulas, diezmados por la viruela en la isla Martín García, y enviados a los ingenios de Tucumán y a los barcos de la Armada.
A partir de ahí, la historiografía liberal contó a los niños que, hasta la llegada de los españoles, la Argentina era un país despoblado. Y en el siglo pasado, generaciones de argentinos se acostumbraron a ver en los indios del interior, un lastre social asociado a la pobreza y la desnutrición, la demografía y el asistencialismo, la mortalidad infantil y la etnología, folclor, marginalidad y los vestigios preshispánicos.
En los faustos del bicentenario de la emancipación, la gran marcha Caminando por la verdad hacia un Estado plurinacional tuvo el mérito de recordar que más de medio millón de descendientes de los pueblos originarios argentinos, siguen esperando el reconocimiento efectivo de sus derechos ancestrales.
Con la incorporación de Argentina a la división internacional del trabajo, los hombres ilustres de Buenos Aires se pronunciaron por la necesidad de civilizar al país. Con todo, personajes como Domingo F. Sarmiento elogiaban por la negativa la lucha de los araucanos, que a su juicio eran “…más indómitos, lo que quiere decir: animales más reacios, menos aptos para la civilización y la asimilación europea”.
En el decenio de 1870, Buenos Aires padeció la carga de 12 malones liderados por Calfucurá, Pincén, Namuncurá, Mariano Rosas, Manuel Grande, Tripaylao, Cipriano Catriel, Ramón Cabral y otros caciques de la pampa. Pero el etnocidio sistemático arrancó en 1879, en coincidencia con el tendido del mapa ferroviario que operaba como extensión de la flota naval inglesa, y la llegada masiva de europeos para blanquear el país.
El presidente Nicolás Avellaneda (sucesor de Bartolomé Mitre y Domingo F. Sarmiento) se volcó de lleno a organizar la contraofensiva contra los salvajes. Las tropas del general Julio A. Roca, fusil Remington en mano, fue el encargado de exterminar a los argentinos nativos que impedían la configuración del Estado nacional moderno.
Namuncurá, último de los caciques pampeanos, cayó en 1884. Y los sobrevivientes de la campaña del desierto fueron vendidos como esclavos, metidos en jaulas, diezmados por la viruela en la isla Martín García, y enviados a los ingenios de Tucumán y a los barcos de la Armada.
A partir de ahí, la historiografía liberal contó a los niños que, hasta la llegada de los españoles, la Argentina era un país despoblado. Y en el siglo pasado, generaciones de argentinos se acostumbraron a ver en los indios del interior, un lastre social asociado a la pobreza y la desnutrición, la demografía y el asistencialismo, la mortalidad infantil y la etnología, folclor, marginalidad y los vestigios preshispánicos.
En los faustos del bicentenario de la emancipación, la gran marcha Caminando por la verdad hacia un Estado plurinacional tuvo el mérito de recordar que más de medio millón de descendientes de los pueblos originarios argentinos, siguen esperando el reconocimiento efectivo de sus derechos ancestrales.
Fuente, vìa :

http://www.jornada.unam.mx/2010/05/26/index.php?section=opinion&article=021a2pol

1 comentario:

  1. Ahora es el momento de que todos los argentinos nos unamos por un país sin diferencias. Los calchaquíes es cierot concentraron grandes aglutinaciones indígenas en Jujuy que es hoy en día una de las ciudades más lindas que tenemos. Hay que aprovecharla, más en estos festejos, recorriendo todo el país. En Purmamarca, el Cerro de los Siete Colores es uno de los atractivos naturales más impactantes de la Quebrada de Humahuaca y el Norte Argentino por su singular belleza multicolor. Yo la pasé bárbaro. Me quedé en uno de esos hoteles en tilcara divinos por su buena atención y estilo.
    Saludos
    Gonzalo

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