martes, 16 de febrero de 2010

LA CARTA DE SATANÁS. Por Mark Twain

LA CARTA DE SATANÁS
Por Mark Twain
Carta XI
Sobre el episodio madianita
La historia humana está enrojecida de sangre en todas las épocas, y cargado de odio, y manchada de crueldad; pero después de los tiempos bíblicos estos rasgos no han dejado de tener límites de alguna clase. Aún la Iglesia, que se dice derramó más sangre inocente, desde el principio de su supremacía, que todas las guerras políticas juntas, observa el límite. Pero notan ustedes que cuando el Señor, Dios de Cielos y Tierras, Padre Adorado del Hombre, está en guerra, no hay límite. Él es totalmente inmisericorde -Él, a quien llaman Fuente de la Misericordia. ¡Él mata, mata, mata! A todos los hombres, a todas las bestias, todos los muchachos, todos los instantes; también a todas las mujeres y todas las niñas, excepto las que no han sido desfloradas.
 No hace ninguna distinción entre el inocente y el culpable. Los infantes eran inocentes, las bestias eran inocentes, muchos de los hombres, muchas de las niñas eran inocentes, pero igual tuvieron que sufrir con los culpables. Lo que el insano Padre quería era sangre e infortunio; le era indiferente quién los ofrecía.
 El más duro de todos los castigos se administró a personas que de ninguna manera pudieron haber merecido tan horrible suerte: las 32.000 vírgenes. Se palpó sus partes privadas para asegurarse que aún poseían el himen sin romper; después de esta humillación se las echó de las tierra que fuera su hogar, para ser vendidas como esclavas; la peor de las esclavitudes y la más humillante: la esclavitud de la prostitución, la esclavitud de la cama, para excitar el deseo y satisfacerlo con sus cuerpos; esclavitud para cualquier comprador, ya fuera un caballero o un rufián sucio y basto.
 Fue el Padre el que infligió este castigo inmerecido y feroz a esas vírgenes desposeídas y abandonadas, cuyos padres y parientes Él mismo había asesinado ante sus ojos. ¿Y mientras tanto ellas Lo rezaban para que los compadeciera y rescatara? Sin duda alguna.
 Esas vírgenes eran ganancia de guerra, botín. Él reclamó su parte y la obtuvo. ¿Para qué le servían las vírgenes a Él? Examinen mi historia más adelante y lo sabrán.
  Sus sacerdotes también obtuvieron su parte de las vírgenes. ¿Qué uso podían hacer de las vírgenes los sacerdotes? La historia privada del confesionario católico romano puede responder esa pregunta. La mayor diversión del confesionario ha sido la seducción - en todas las épocas de la Iglesia. El padre Jacinto atestigua que de cien sacerdotes confesados por él, noventa y nueve habían usado el confesionario con eficacia para educir a mujeres casadas y a muchachas jóvenes. Un sacerdote confesó que de novecientas niñas y mujeres a quienes había servido como padre confesor en su época, ninguna había conseguido escapar a sus caricias excepto las viejas o las feas. La lista oficial de preguntas que un sacerdote debe hacer es capaz de sobrexcitar a cualquier mujer que no sea paralítica.
 No hay nada en la historia de los pueblos salvajes o civilizados que sea más completo, más inmisericordemente destructivo que la campaña del Padre de la Misericordia contra los madianitas. La historia oficial no da incidente o detalles menores, sino informaciones en masa: todas las vírgenes, todos los hombres, todos los infantes, todos los seres que respiran, todas las casas, todas las ciudades; da un amplio cuadro, que se extiende aquí y allá y acullá, hasta donde llega la vista, de ardiente ruina y tormentosa desolación; la imaginación agrega una quietud desolada, un terrible silencio- el silencio de la muerte. Pero por supuesto hubo incidentes. ¿Dónde pueden conseguirse?
 De la historia fechada ayer. De la historia de los pieles rojas en Norteamérica. Ahí se copió la obra de Dios y se hizo en el verdadero espíritu de Dios. En 1862 los indios de Minnesota, profundamente ofendidos y traicionados por el gobierno de los Estados Unidos, se levantaron contra los colonos blancos y los masacraron; masacraron a todos aquellos que alcanzaba su mano sin perdonar edad ni sexo. Consideren este incidente.
 Doce indios atacaron una granja a la madrugada y capturaron a la familia. Consistía del granjero y su mujer y cuatro hijas, la menor de catorce y la mayor de dieciocho. Crucificaron a los padres; es decir, los hicieron parar completamente desnudos contra la pared del living-room y les clavaron las manos a la pared. Luego desnudaron a las hijas, las tendieron en el piso delante de sus padres, y las violaron repetidas veces. Finalmente crucificaron a las hijas en la pared opuesta a la de los padres, y les cortaron la nariz y los senos. Además... pero no detallaré eso. Hay un límite. Hay indignidades tan atroces que la pluma no puede escribirlas. Un miembro de la pobre familia crucificada -el padre- estaba todavía cuando llegaron en su auxilio dos días más tarde.
 Ahora conocen un incidente de la masacre de Minnesota. Les podría dar cincuenta. Cubriría todas las diversas clases de crueldad que puede inventar el talento humano.
 Y ahora ya saben, por esos signos ciertos, qué sucedió bajo la dirección personal del Padre de la Misericordia en su campaña madianita. La campaña de Minnesota fue solamente el duplicado de la campaña madianita. Nada sucedió en una, que no hubiera sucedido en la otra.
 No, eso no es totalmente cierto. El indígena fue más comprensivo que el Padre de las Mercedes. No vendió a las vírgenes como esclavas para atender a la lascivia de los asesinos de su familia mientras durarán sus tristes vidas; las violó, y luego caritativamente hizo breves los sufrimientos siguientes, terminándolos con el precioso regalo de la muerte. Quemó algunas de las casas, pero no todas.
 Se llevó a las bestias inocentes, pero les arrebató la vida.
 ¿Se puede esperar que este mismo Dios sin conciencia, este desposeído moral se convierta en maestro de moral, de dulzura, de mansedumbre, de justicia, de pureza? Parece imposible, extravagante; pero escúchenlo. Estas son sus propias palabras: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación..."
Los labios que pronunciaron esos inmensos sarcasmos, esas hipocresías gigantescas son exactamente los mismos hombres, infantes y animales madianitas; la destrucción masiva de casas y ciudades, el destierro masivo de las vírgenes a una esclavitud inmunda e indescriptible. Esta es la misma Persona que atrajo sobre los madianitas las diabólicas crueldades que fueron repetidas por los pieles rojas, detalle por detalle, en Minnesota, dieciocho siglos más tarde. El episodio madianita lo lleno de alegría, lo mismo que el de Minnesota, o lo hubiera evitado.
Las bienaventuranzas y los capítulos de Números y Deuteronomio citados deberían siempre ser leídos juntos desde el púlpito; entonces, la congregación tendría un retrato completo del Padre Celestial. Sin embargo no he conocido un solo caso de un sacerdote que hiciera esto. (*)   

(*) Fuente: Mark Twain, "Carta de Satanás IX", en Cartas de la tierra, ed. Galerna, Buenos Aires, 1968 (trad. Alicia Varela).
http://www.temakel.com/texoltwaincsatanas.htm

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